"La funeraria venía a por 4 personas y luego por otra tres"

B.M
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El enfermero Carlos Calvo es uno de los responsables del proceso de vacunación que se está llevando a cabo (y lo que queda) frente a la covid-19. Durante los últimos meses se ha convertido en un testigo de excepción de lo que supone esta p

Carlos Calvo, coordinador de los equipos de Enfermería - Foto: David Castro

Durante los últimos meses mucho se ha oído y dicho del trabajo que desarrollaban quienes luchaban en primera línea contra la pandemia de la covid-19. Pero no siempre se ha logrado poner nombre y apellido a estos incansables luchadores.

En estas líneas ponemos uno de estos nombres, solo uno, de los muchos que podrían explicar cómo han vivido y sentido todo lo ocurrido. Se trata de Carlos Calvo García, de 48 años, casado y con dos hijos, y que es coordinador de los equipos de Enfermería en Ávila. Su vida es un periplo por diferentes lugares pero con origen y destino en Ávila, una tierra en la que se siente libre y donde también ha aprendido mucho.

Todavía consciente de todo el camino que queda por recorrer frente a la covid, también lo es de todo lo que se ha hecho. Por ello recuerda momentos duros, como cuando veía llegar a gente de la funeraria para llevarse cadáveres en varios viajes o la sensación «de no acabar nunca», que aún se mantiene.

Sus palabras lo dejan claro: «la vacunación ha sido lo que nos ha salvado», pero también advierte que «la gente se está relajando en las medidas y eso sube la incidencia». Y a pesar del cansancio que puede sufrir en este momento también tiene palabras de emoción, la que sintió cuando vio llegar a los jóvenes a vacunarse, y de agradecimiento, a todos los que les han acompañado en este camino.

Carlos Calvo se enfrenta a esta entrevista con la honestidad por bandera. No tiene nada que esconder y eso se nota. «Me gusta decir que soy de Ávila», afirma, y lo puede decir porque su padre es de Burgohondo y su madre de Navaluenga. Aunque vinieron a vivir a Ávila y toda su familia es de aquí, él nació en Irún, donde pasó diez años. Luego pasó por Turégano, Navarredonda de Gredos, Muñogalindo y Ávila.

Después de estudiar enfermería (en Ávila, en la escuela de la Universidad de Salamanca) no había trabajo aquí y se fue a Palma de Mallorca cuatro años, y luego pasó otros ocho en Toledo, en ambos casos en Urgencias. Pero la tierra tiraba y aquí regresó (también a urgencias) y sigue desde 2007. Tras Urgencias pasó al hospital Provincial y al poco tiempo estuvo como supervisor de la séptima planta del hospital Nuestra Señora de Sonsoles. El siguiente paso fue Atención Primaria y ahora es coordinador de equipos de Enfermería, lo que significa encargarse de la gestión de Primaria junto a la directora, aunque también hace alguna guardia en Fontiveros.

Valora su llegada a Ávila tras su tiempo en Irún «porque aquí hay paz, es una ciudad en la que unos a otros no se odian porque se apelliden diferente o porque sean de un sitio o de otro. Nos vinimos porque nos echaron. No os podéis hacer una idea de lo que es vivir en una sociedad como la de aquí, donde no hay odio, no hay crispación. Hay que vivir en un sitio donde una población está en contra de la otra y se hacen la vida imposible unos a otros». Pero esos recuerdos quedaron lejos porque en Ávila encontraron la paz.

De su trabajo, lo que más le gusta es «estar con la gente, el cuidado de la gente» y es algo que echa de menos en la dirección, ese trabajo del día a día. Pero también es cierto que ha tenido que saber adaptarse, sobre todo con una pandemia como la de la covid-19, en la que al principio estuvieron algo desconcertados «porque nos decían una cosa y veíamos otra» y «sin tiempo prácticamente para darte cuenta, porque se trabajaba por la mañana y por la tarde. Era un continuo, ibas a un sitio por la mañana y salías, ibas a otro…»

Fue tal la sensación que al cabo de un tiempo se fue a casa una tarde y preguntó a su mujer qué hacían y lo que le dijo fue que nada, que estaban confinados y no podían moverse. Había perdido el ritmo de su vida por todo lo que la pandemia estaba tomando de él.

Según fue pasando el tiempo, relata que tenía una sensación rara, al principio no ver a gente por la calle, coger el coche y subir las muestras de PCR y no ver a nadie «pero como no parabas de trabajar no te daba mucho tiempo de pensar lo que estaba ocurriendo».

Lo peor para él fueron las consecuencias porque cuando iban al hospital a por material para distribuirlo entre los centros, «lo poco que había», entraban por la misma puerta que las funerarias. «Ahí es cuando te dabas cuenta de lo que estaba realmente ocurriendo. Cuando venía la funeraria a por cuatro personas y tenían que volver a por otras tres. Eso no lo habíamos visto nunca".

 

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