2006. Cuando Marlaska era el azote de ETA

Carlos Dávila
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Y Elsa Pataki la mujer más bella del mundo

2006. Cuando Marlaska era el azote de ETA

Empezó el año en domingo con una noticia de la estética femenina y también del corazón: la Pequeña española, como se ha llamado siempre a Elsa Pataky en Estados Unidos, fue declarada no se sabe por quién, pero sí que fue proclamada, la mujer más bella del mundo. No era poca cosa su rival: nada menos que la rotunda, por proa y popa, Angelina Jolie que, entonces, creo recordar, andaba de besos con Tom Cruise. Comenzaba asimismo el Año del perro, un buen signo para los chinos que siempre han considerado a los beneficiados por esta efeméride como leales, honestos, amables y prudentes. Unas joyas, vamos. Y no como los rusos, que inauguraron el ejercicio con una decisión que anunciaba ya entonces la presente guerra entre Ucrania y la madrastra Rusia. Resulta que el Parlamento del país mártir expulsó a las bravas del poder a todo el Gobierno de la nación porque éste, un títere de los exsoviéticos, había firmado un acuerdo para el suministro de gas promovido desde el Kremlin. Ya se ve que la Historia va anticipando acontecimientos y no todos buenos precisamente. 

 

Buenas, buenas en España fueron en los inicios de 2006 las incesantes noticias contra ETA que llegaban desde la Audiencia Nacional donde un magistrado bilbaíno, Fernando Grande Marlaska (entonces sus apellidos no estaban unidos por guion alguno) se atrevió a prorrogar la suspensión de actividades de la marca blanca de los facciosos, Batasuna, y más aún se ganó el aplauso nacional cuando decidió que el jefe de los terroristas, Arnaldo Ortegi, entrara en la cárcel hasta que pagara los 250.000 euros que le había impuesto por colaboración con la banda. Eran momentos en que se perseguía oficialmente a los residuos sólidos de la organización criminal, al tiempo en que José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno y los suyos, se daban el morro con los negociadores de ETA.

 Todo iba de maravilla, según confesó el abogado Gómez Benítez, uno de los conversadores con Mikel Antza y demás asesinos, hasta que estos se cansaron de estar pistola sobre pistola, bomba sobre bomba sin descargarlas, ni explotarlas, y tras haber anunciado sin embargo una tregua permanente en marzo, el último día del año, colocaron un enorme artefacto en la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas en Madrid. Zapatero se llevó un enorme disgusto, compareció apesadumbrado ante el público en general, pero no renunció a su «Plan ETA paz en un año». Sobre el particular de ETA los españoles ya no creíamos nada a la sazón. La verdad es que el Gobierno de Zapatero nos llevaba de despiste en despiste, cambiaba de ministros con personajes cada vez más achatados; una de las componentes del Consejo, Leire Pajín, declaró a su jefe «protagonista de un acontecimiento sideral» (entrevista con un mandatario extranjero), el propio presidente se vino arriba y en Nueva York, con verbo ufano y concesivo, aseguró que sentía mucho que Francia y Alemania nos envidiaran ya que estábamos en prosperidad muy por encima de ellos. Las risas sonaron en Europa.

 Quizá quiso referirse Zapatero a la Comunidad de Madrid que en aquellos meses anunció que crecía más que España entera por encima del 4,3 por ciento del Producto Interior Bruto. Eran momentos para la euforia civil y para el retraimiento militar porque los socialistas en el poder, en cumplimiento del Pacto del Majestic que el antecesor presidente José María Aznar había suscrito con Pujol, concluyeron finalmente con el Servicio Militar Obligatorio, la entrañable Mili para muchos, que fue sustituida por una ambigua Ley de Tropa y Marinería que hoy acoge en nuestros Ejércitos a tantos soldados oriundos de España como de otros muchos países iberoamericanos. Eran tiempos también en que se nos acechaba desde el palacio de La Moncloa con la improcedente Ley de la Memoria Histórica que en Castilla y León tuvo un episodio realmente doloroso: la salida, ya a principios de enero, de muchos documentos de la Guerra Civil que Cataluña había reclamado como suyos, pero que en la realidad nunca se ha demostrado que en su totalidad tuvieran cercanía con los gobernantes del Principado. El Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca se quedó sin unos papeles que ahora moran al parecer -de esto tampoco tenemos total seguridad- en el denominado Archivo Nacional de Cataluña.

 Y es que este traslado demostraba bien a las claras que en el centro de España, en Madrid, quien ordenaba y mandaba era la Generalidad de Cataluña que, por boca y negociación de un mandamás nefasto, origen de todo lo llegado a continuación, Artur Mas, sometió a Zapatero y le impuso una renovación del Estatuto de Autonomía regional que, desde el principio se supo que iba a desencadenar una sonora descalificación del Tribunal Constitucional. Una institución entonces menos proclive a obedecer de forma lanar al Ejecutivo como sí lo hacía el fiscal general del Estado, Conde Pumpido, aquel de «hay que mancharse las togas con el barro», que hoy es presidente, «¡fíjense -ya les digo- cómo se las gastan los caprichos de la Historia!»

 La citada Memoria nos llevó en aquel año a conmemorar de distinta manera dos aniversarios: el 75 de la instauración de la II República, y el 70 del Alzamiento de Franco y comienzo de la Guerra Civil. Los astros nos trajeron una temporada de polémicas y alteraciones políticas, un clima enrevesado en suma en que, según hemos podido comprobar después, no ha tenido nada que ver un acontecimiento, este sí, sideral: por aquellas fechas el Congreso de la Unión Astronómica Internacional expulsó de nuestro Sistema Solar al octavo de los planetas, Plutón que hasta aquel minuto había sido estudiado por todos los escolares como componente, pobre y lejano pero partícipe del Sistema mencionado. No hay noticia de que Plutón, la verdad, haya regresado a nuestro Sistema Solar. 

 Aquí en la Tierra, y más concretamente en España, nos dedicábamos a lo más castizo: el 1 de enero se impuso la Ley Antitabaco que, 17 años más tarde, no ha terminado con su consumo; nos quitábamos el pelo de la dehesa proclamando que uno de cada siete españoles usaban internet; nuestra multinacional más conocida, Inditex, situaba su primera tienda en China, y los madridistas lloraban porque Zidane, de sopetón y sin previo aviso, decidió colgar las botas de jugador. Para paliar aquella tristeza nos topamos en septiembre con un triunfo monumental: la proclamación del equipo nacional de baloncesto como campeón del mundo. Se nos murió el mítico Zarra, el cabeceador de España, y dejaron de cantar dos estrellas que nos hicieron llorar a moco tendido. Rocío Dúrcal y sus corridos mejicanos más famosos que los del propio Negrete, y la eterna, incomparable diva del folklore hispano, la otra Rocío, la Jurado: «Hace tiempo que no siento nada…» se nos marchó acompañada de un duelo universal. Lo sentimos mucho más, desde luego, que la ejecución en Bagdad de Sadam Husein, y casi tanto como la muerte en una oscura residencia húngara de Ferenc, Pancho, Puskas: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento, ¿recuerdan? La historia del fútbol se detuvo en ellos.