Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


La Lugareja. Albricias

09/11/2022

Estos días pasados ha saltado a las noticias la resolución del Tribunal Supremo de no admitir a trámite una reclamación sobre el fallo de la Audiencia Provincial de Ávila en el caso entablado sobre La Lugareja de Arévalo, ratificando la propiedad del Obispado de Ávila sobre el emblemático edificio mudéjar.
La noticia corrió como la pólvora, era un tema que había despertado mucha expectación, y no sólo en Arévalo o Ávila, también en muchas otras partes, y que se dejaba esperar. Una espera larga pero segura por la pulcritud y fortaleza de argumentos. Por fin la Justicia había hablado con rotundidez, desvaneciendo toda duda al respecto, un fallo ya inapelable.
No creo que sea ahora momento de realizar un repaso a todo este proceso largo y tenso que ha rodeado el tema de la propiedad de La Lugareja, quizás en otro momento, pero sí resaltar el pulcro trabajo del equipo de abogados del Obispado, de los peritos y testigos, y la sentencia de la Audiencia Provincial, al decir de gentes expertas de la jurisprudencia, una resolución «de libro». 
Esa ermita es majestuosa y representativa del mejor mudéjar de Arévalo y toda la comarca, y aún de Castilla y León, ya que es un ejemplo magnífico de esta arquitectura tan nuestra, el MUDÉJAR. No es una ermita cualquiera, ni al uso, o como su hermana en romerías 'La Caminanta', por sus dimensiones y su empaque arquitectónico, por su antigüedad, porque es un ejemplo puro del mudéjar castellano, y porque antes de ese humilde y último destino, fue parte de la iglesia, la cabecera con sus ábsides, de un monasterio medieval.
El primer dato, y no es el de su fundación, es de 1179, como nos dicen diversos e importantes historiadores.  A principios del s. XIII pasa a ser cenobio Cisterciense, ya femenino, que allí vivió hasta comienzos del s. XVI cuando el rey Carlos I cede las Casas Reales arevalenses a esa comunidad, por lo que la iglesia se transforma en parroquia rural de aquel pequeño lugar, por lo que nunca fue desamortizada, hasta que a principios del s. XX, más concretamente en 1911, con el arreglo parroquial, es auxiliar de la parroquia de Santo Domingo de Silos. Y el lugar, un barrio de Arévalo, que tuvo alcalde pedáneo. Desde el cambio de propietarios de la finca, se iniciaron los problemas y disputas sobre su propiedad.
El edificio magnífico está enclavado en un pequeño promontorio y a sus pies corría un humilde arroyo hoy seco y arado, en cuya angosta ribera tantas veces hemos merendado el día de la romería. Ese promontorio también acogía al recinto monacal, lo que hoy son sus casas labriegas. 
Tengo tantos momentos vividos allí, desde niño de romería, como alumno y colaborador en aquellas Lecciones de Arquitectura Española: E Mudéjar, con profesores eminentísimos que tanto nos enseñaron de este ate, entonces menospreciado y que nos descubrieron con brillantez y la honradez de quienes creen lo que dicen. El maestro Chueca Goitia y su meteorito babilónico, o Pedro Navascués, o José Luis Gutiérrez, o Gonzalo Borrás, desgraciadamente todos fallecidos, y tantos otros que supieron despertarnos el gusto y el interés por el arte MUDÉJAR, con mayúsculas.
Tantas visitas realizadas a título particular, o en pequeños grupos, o con grandes grupos, hasta que se produjo el cambio de cerradura… y últimamente sujetándonos al horario tan irracional vigente. 
Las investigaciones históricas propias en los libros de fábrica, o en obras de reconocidos y reputados historiadores. O la visión más poética de don José Jiménez Lozano, en su magnífico trabajo sobre aquel eremitorio medieval… una referencia nada académica desde el punto de vista artístico, pero magistral desde el prisma de la sensibilidad literaria de nuestro gran maestro de las letras.
Gómez Román, que así aparece en la documentación, o Santa María de Gómez Román a la virgen que se venera en aquella iglesia, para pasar a denominarse La Lugareja desde que inicia el culto a la imagen actual, y la romería tradicional, una Virgen de vestir, con sus ropas y su rostrillo y corona de plata, que la diferencia bien de su compañera de devoción popular y romería, La Caminanta. Cómo resonaba la dulzaina en ese templo… y en muchos corazones. 
Sin duda una gran noticia. Ahora habrá que acondicionar aquel espacio monumental en una meta de nuestro turismo, con un horario normalizado y con visitas guiadas… pero primero tendrá que ejecutarse la resolución del Supremo.