Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Vendehumos

06/11/2021

Resulta evidente, de un tiempo a esta parte, que en algunos ámbitos de la vida hemos perdido definitivamente el norte, el sur, el este y hasta el oeste. Una de las frases que más repito es la de que Lo extraño es que no nos hayamos extinguido. Que haya agencias de viaje que propicien visitas a La Palma, con la excusa de incentivar la economía local, demuestra que la sensibilidad humana quedó aparcada hace tiempo. No acabo de comprender al individuo que decide, por ocio, curiosidad o ausencia de empatía (todo suele ir en el mismo pack y no precisamente en formato adolescente) acudir a la isla a ver cómo la lava consume el territorio, los sueños vitales de cientos de familias, y el espectáculo natural que desprende el volcán de Cumbre Vieja. Tampoco, por cierto, al que busca hacer caja a cualquier coste.
Lejos de allí, a más de 4.500 kilómetros se encuentra Glasgow, Escocia. Y en la tercera ciudad más grande del Reino Unido ha tenido lugar la enésima farsa en la que dirigentes de las principales naciones del mundo se reúnen en la «Cumbre del Clima» para no decidir nada, para seguir dejando languidecer un planeta sentenciado.
En numerosos ámbitos de la vida, esto se ha convertido en ver quién vende más humo, y no precisamente en el ámbito de la vulcanología. De hecho, probablemente sea ahora mismo uno de los más comedidos, en ese sentido. Startuperos vestidos de hipsters, lumbreras comentando en televisión sobre el sexo de los ángeles (y los demonios), iluminados por la varita de la sabiduría –pero si rascas, no salen de un discurso uniforme y reiterativo–… En áreas emergentes, hay ejemplos increíbles. Casi cotidianos. En el origen se encuentran compañías que ven cómo la competencia se vuelca, por ejemplo, en acciones promocionales, y ante el temor de quedarse atrás, enloquecen. Y, casi sin pararse a analizar, se suben a la rueda y se lanzan al vacío. Y en el vacío uno suele toparse con especímenes de todo tipo. Hay profesionales que saben de lo que habla, que pueden demostrar su valía de manera holgada, pero abunda el papanatas, el Lazarillo que ha leído varios artículos, que ha visto varios tutoriales de Youtube, y eso le da patente de corso para opinar. Para evangelizar y pontificar. Tremendo. Si bien, la mentira tiene las patas cortas. Ocurre en esta profesión, el periodismo. Cualquiera se cree con la capacidad de ejercerla. De manosearla y vilipendiarla. Hasta de dar lecciones. ¡Ya está bien! Y, conste que no hablo de tipos como el tal Ibai, que ha echado horas y horas, que sabe que las redes sociales transforma en ricos a muy pocos, y que tiene el talento, la capacidad y la atracción suficiente para que su canal se vea más que otros generalistas en los que se invierten muchísimos más recursos. De influencer -al estilo cantera de un partido político con vistas a promocionar a cargo público- ya os digo que tiene poco; de currante, un rato.
Hace unos días recibía una propuesta de alguien ofreciéndome amablemente sus servicios de asesoría, tras detallarme una amplísima relación de empresas para las que había trabajado -más bien había alumbrado con su maestría-. El abajo firmante de la misiva electrónica, al que yo no conocía, me indicaba con soltura que tenía una oportunidad excelente de poder contar con sus servicios, avanzando desde el principio que él daría ideas y ya las ejecutaría el pagador. Y, además, antes de nada, ponía las condiciones: de manera que trabajaría tres horas a la semana y se embolsaría una cantidad que por respeto a los lectores –a todos– no voy a detallar. Sobra comentar qué le respondí. Fue hiriente recibir dicho escrito. De veras. Supongo que supuro falta de empatía, como esos viajeros en busca del humo sulfurado y la lava grumosa. De volcánica piedra y lágrimas tiznadas. Pero el humo hace tiempo me nubló la vista. Como dicen Leiva y Zahara en su última canción, debo ser un idiota con los ojos vendados. Pero prefiero vivir la vida de esa manera, aunque no me aplaudan, a mirar con el retrovisor lleno de vaho. Las ideas cuestan dinero, cierto, pero prefiero -qué le vamos a hacer- a quien antepone la acción -en lo posible amable- aunque no guste, a las ideas. Del tipo que sean. Así me va... Ya me entienden.