Un vertedero espacial

Javier Villahizán (SPC)
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Más de 6.000 toneladas de chatarra procedente de cohetes, naves y satélites obsoletos flotan alrededor de la Tierra poniendo en peligro la Estación Internacional, futuras misiones exteriores e incluso las comunicaciones en el planeta

Un vertedero espacial

Nadie imaginaba hace 65 años, cuando la humanidad comenzó la era espacial con el lanzamiento del primer satélite de la Historia, el Sputnik 1 por parte de la extinta URSS, que la basura espacial alrededor de la Tierra se contase seis décadas después por toneladas. 

Tal es la magnitud del problema que son muchas las agencias espaciales que se dedican a monitorizar e incluso destruir o desviar la senda de estos objetos de desecho, que se cuentan por cientos de miles y de todos los tamaños.

Así, la ESA, la agencia europea del cosmos, ha catalogado más de 900.000 objetos entre uno y 10 centímetros flotando por el espacio, a los que se añaden unos 36.500 fragmentos de más de 10 centímetros procedentes de satélites obsoletos o cohetes a la deriva. Eso sin contar los 128 millones de pedazos minúsculos, de un tamaño menor de un centímetro, que se encuentran perdidos. Tal es la cantidad de artilugios y desperdicios espaciales que permanecen en la exósfera que los expertos ya hablan de un  vertedero de chatarra cósmica alrededor del planeta azul que pone en peligro no solo las futuras misiones espaciales sino también las comunicaciones terrestres.

La NASA va más allá y, según un informe publicado hace unas semanas, habría en torno a 7.800 satélites sobre nuestras cabezas, buena parte de ellos sin actividad.

No solo la ESA y la NASA han lanzado la voz de alarma, también Naciones Unidas, a través de su Oficina para Asuntos del Espacio (Unoosa), ha alertado del grave problema que los desechos espaciales ocasionan y de la necesidad de su prevención, y exige que se cree un programa para su posible mitigación en el futuro.

Origen

La basura espacial puede proceder de cuatro fuentes principales: satélites muertos, equipo perdido por los astronautas, trozos de cohetes y armamento.

 En el primero de los casos, estos instrumentos espaciales quedan flotando en la órbita baja de la Tierra o zona LEO a unos 1.000 kilómetros de altura cuando su vida útil finaliza, es decir, se agotan sus baterías o se averían. Al principios de la carrera espacial se pensaba que estos objetos abandonados decaerían y se destruirían en la reentrada; sin embargo, especialmente en órbitas altas, esto puede no ocurrir nunca.

Otra de las fuentes de desecho es el equipo perdido por los astronautas cuando estos realizan sus habituales paseos para reparar algo.

Los cohetes también se añaden a esta lista de basura cósmica, ya que normalmente algunas piezas de estos propulsores se quedan en órbitas bajas de la Tierra y vuelven a caer poco después del despegue, como sucedió recientemente con un aparato chino.

No deben olvidarse tampoco las armas espaciales para destruir satélites, como sucedió en 1985 cuando EEUU eliminó un satélite de una tonelada con este armamento.

Fuerza militar exterior

Son muchos los laboratorios y agencias que se dedican a catalogar o monitorizar la chatarra que hay depositada en el exterior.

Así, gran parte de la atención está centrada en la denominada zona LEO, es decir, las órbitas terrestres bajas, donde se encuentra la Estación Espacial Internacional (ISS) y la mayoría de los satélites. 

Esta área es hoy en día un verdadero depósito de chatarra, reconoce la agencia estadounidense del espacio, que estima que en esta franja hay unas 6.000 toneladas de basura. Precisamente, de mantener vigilados estos fragmentos y que no acaben descontrolados se encarga la firma LeoLabs y el Centro del Espacio de la Universidad de Warwick. 

Más allá de estas órbitas geoestacionales bajas es donde entra en acción la llamada Fuerza Espacial de EEUU, una suerte de Ejército interestelar que se dedica, entre otras funciones, a rastrear objetos que se encuentran a más de 40.000 kilómetros.

Sin embargo, los restos más alejados, aquellos que se encuentran por encima de los 400.000 kilómetros o cercanos a la Luna, quedan sin control.

Una solución escasa

La ESA es tajante en exigir a los países implicados en la carrera espacial un comportamiento más sostenible y explica con un símil automovilístico lo que supone la gran cantidad de basura existente en el exterior: Es como si un conductor fuese por una autopista en la que hay más coches, furgonetas y camiones averiados que vehículos en funcionamiento. 

Aunque es cierto que un buen número de fragmentos acaban desintegrándose o incinerándose en su entrada a la atmósfera, lo cierto es que la chatarra cósmica sigue dando muchos quebraderos de cabeza a los satélites en funcionamiento y a la Estación Espacial. Desde principios de siglo, la ISS ha tenido que hacer más de una veintena de maniobras para evitar los escombros. No en vano, cada año se registran una media de una docena de sucesos no planificados que generan basura.

La única solución al respecto que se ha tomado, además de monitorizar la basura espacial, es la de seguir una hoja de ruta para mitigar los desechos a nivel mundial. Este protocolo incluiría el compromiso de que las naves no lleven combustible explosivo, realicen maniobras para evitar colisiones y que los satélites sean retirados al cabo de 25 años. Pero aún queda mucho trabajo por hacer.