Fernando R. Piñero

Blanco sobre blanco

Fernando R. Piñero


Parasceve

18/03/2023

La calle de la Cruz Vieja, de noche, con el empedrado frío, las luces tenues y el sonido de una carraca y un tambor destemplado. Pasean los penitentes, con verdugo, portando faroles de forja encendidos y desgastados por el paso de los siglos. El visitante se estremece y el creyente se reafirma. Ya llega. Al final de la calle se asoma la imagen de la Magdalena, serena y resignada a acompañar al Señor hasta el Calvario. Pueblan el paso margaritas blancas, el color de la pureza y las flores fetiche de aquel que recuperó con acierto una procesión que sirve para resumir la esencia de nuestra Semana Santa. De nuevo la carraca y el tambor. Y la cara llorosa de la Magdalena, que camina agarrando el tarro de ungüentos que necesita para ungir el cuerpo muerto de Cristo, que expira en la ermita del Humilladero al final del Miserere. Ella regresa a su convento, derrotada. Él, aguarda para terminar de perfilar su Pasión.
La ciudad vive la Semana Santa desde el recogimiento al que invita el frío de la piedra. La cera caída sobre el empedrado, sus plazas pequeñas, las calles estrechas y tortuosas y la seguridad de que, un año más, Ávila volverá a erigirse como un escenario de excepción para la celebración de una fiesta que traspasa todo sentimiento. Todo ello sirve para conjugar la exaltación de la Pasión desde la sobriedad que caracteriza a la región. O, al menos, a la que siempre debe tomar como punto de referencia. El misticismo que se respira en la ciudad se resume en la devoción más profunda del alma unida a una alegría en el dolor que también encarna el nazareno que acompaña a Cristo crucificado. Ello invita a la introspección sin olvidar, por otro lado, el espíritu que caracteriza a la Castilla más castiza. El espíritu renovador es esencial, pero también lo es el respeto a las esencias y recordar que, aunque nos pueda pesar, pisamos una tierra antigua y recia.
En Ávila, Cristo siempre ha muerto en el Humilladero encarnado en la imagen del Cristo de los Ajusticiados y el cuerpo sin vida de Jesús ha sido colocada en las rodillas de la Virgen de las Angustias de San Nicolás, antes de ser enterrado en Santo Tomé para resucitar en el Pradillo. Mucho tiempo después, Jesús comenzó a cruzar la muralla en el Domingo de Ramos para alcanzar la Jerusalén castellana y despedirse de su Madre en el Encuentro después de ser condenado por Caifás y ser paseado por las calles, Cautivo como un malhechor, desde San Antonio. Cargará con la cruz momentos antes de irse a las Batallas y de nuevo, será crucificado el Jueves Santo después de vivir su Pasión, paso por paso. Mientras, la Virgen llorará en San Pedro, sola y abatida.
Pero en todo momento la ciudad acompañó a Cristo y a su Madre con absoluto recogimiento, roto el silencio únicamente por el tañido de las campanas, el sonido de la carraca y las marchas sencillas de las cornetas y los tambores, concebidas de manera que contribuyeran al embellecimiento y serenidad del paso de la cofradía. En ningún momento se buscó que Cristo se recreara al compás de una marcha o se estremeciera por el canto de una saeta. El Señor muere en Castilla sobrecogido, en la noche fría, caminando sobre su paso, meciéndose al calor de sus nazarenos o despidiéndose mientras es empujado de una manera decorosa por sus tiradores. Cristo no pide aire, ni una cuadrilla. Ni siquiera la Virgen hace lo propio con el mejor de los bordados, ni necesita escuchar a los campanilleros cuando se acerca desde el final de la calle. La Virgen no requiere todo ello para acompañar a su Hijo en su camino hacia el Calvario, ni siquiera para dejar correr sus lágrimas o ver truncadas sus esperanzas. En Castilla, la Dolorosa entrelaza sus manos y se viste de luto para dejarse consolar por sus devotos. Tampoco la Santa, frente a su Cristo muy llagado, se merece entrar en la ciudad como si anduviera camino de Triana.
Cuando restan escasas dos semanas para el Domingo de Ramos y en el momento en que la ciudad es ya el escenario iluminado de un sueño, preparemos el camino hacia lo que nos espera. El que nos visita lo vivirá como un descubrimiento novedoso. El cofrade como una novedad por descubrir.