José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Ir, y luego, quizás, llegar

29/04/2022

Lo importante es el camino, no la meta. Disculpen la frase zen de baratillo, estimados tres lectores, parece de taza de café o estado de WhatsApp, cual promoción comercial de un camino de Santiago que no he hecho todavía, pero algo de verdad se esconde en ella.
Hace unas semanas, un amigo, gran atleta y aun mejor persona, se embarcó en un reto. No uno de esos deportivos —más alto, más fuerte, más rápido— que tanto se estilan. Un reto personal, emocional y me atrevería a decir que antropológico, ya que fue una reflexión sobre nuestro estilo de vida. Se propuso ir en un día, corriendo y andando, desde la Puerta del Sol en Madrid hasta el Mercado Chico. 120 km en una jornada, que no representan solo un esfuerzo físico, sino una forma de ver el mundo. Sin batir marca alguna, siquiera propia, pero a ritmo, probando límites. Hay que tener cuerpo y piernas; sobre todo, como en cualquier esfuerzo, hay que tener cabeza. Y para luego relatárnoslo a los conocidos en 30 maravillosas páginas, haciéndonos vivir cada momento como si lo hubiésemos acompañado, hay que tener corazón, que es algo esencial a la hora de saber quiénes somos, por qué nos movemos, dónde vivimos.
Lo que más me llamó la atención de su relato fue la motivación seminal de la idea: la curiosidad, al contemplar desde la ventanilla del tren que cogía cada semana, durante la pandemia, los solitarios caminos y veredas, pensando dónde irían, qué esconderían tras cada recodo, qué imágenes desvelarían tras cada cuesta. Nuestro entorno es mucho más que carreteras o vías, por eso para su reto eligió trochas, cordeles o sendas ahora solo utilizadas por esporádicos senderistas o ciclistas, pero auténticas arterias hace apenas cien años. Los veloces y confortables medios de transporte son cosa reciente en la historia: mi abuelo llevaba a pie el ganado de Gredos al mercado abulense, igual que hace miles de años, y volvía tras sus pasos otra vez, recorriendo más de cien kilómetros en apenas dos o tres días, sin por ello pensar estar realizando ninguna hazaña.
Cuando viajamos en coche, tren o avión buscamos llegar, el viaje es un breve y confortable paréntesis entre la salida y el destino. Pero si recorremos con ritmo más pausado el camino, aparecen olores, emociones, imágenes. El perfil del terreno pasa a ser un reto y a la vez un aliciente, no solo un pisotón a un pedal. Sin la serpiente de asfalto o las pantallas de móviles, volvemos a mirar, si viajamos solos, o a conversar si en compañía. La velocidad acaba con el entorno, la comodidad con las sensaciones, la masificación con la auténtica camaradería.
El progreso trae mayor movilidad, sería un tonto si no reconociese que gracias a él podemos crecer, ampliar fronteras, conocer más. Pero en pago abandonamos esas otras veredas que nos definen, físicas o espirituales, perdidas en el horizonte, a las que Sori llevó su imaginación primero y sus piernas después buscando recodos y paisajes, reflexiones y actitudes. Hay muchísimo mundo al alcance de nuestros pies y cabeza, y más en Ávila. Volvamos a pasear, a descubrir, a perder el miedo a detener el coche y andar caminos, a conocer y aprovechar de nuevo el tesoro que habitamos. Disfrutemos yendo, no llegando.