Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Decadencia rusa

19/04/2022

La suerte estaba echada. Dos meses desde que los tambores, esta vez no de hojalata, sino de fuego y sangre resonasen en toda Ucrania, el altavoz de la guerra distorsiona a Rusia ante todo. Hemos visto destrucción y asesinatos masivos de población civil. Fosas y estaciones de tren llenas de cadáveres. Impunidad asesina. Y Rusia sigue aferrada en su idea expansiva y cruel. Su debilidad, sus errores, su autocracia, su aislamiento de la realidad y la geoestrategia, su repliegue hacia un nacionalismo como válvula de escape a un régimen no democrático y una sociedad civil entre atemorizada, callada e hipnotizada por el halo de grandezas y efímeros pasados fracasados, nos devuelve un rostro y una imagen bien distinta de Putin y del juego deriva con que arrastra a Rusia y los rusos. Ni Ucrania no era estado ni era un régimen nazi o genocida. Al contrario. Esta invasión ilegal, ilegítima, carente de toda justificación y sobre todo criminal, ha cohesionado y multiplicado el sentimiento de identidad y pertenencia como pocos hechos históricos lo habían hecho en Ucrania. Nadie ha recibido como libertadores a tropas y a un ejército que está devastando y orquestando una invasión de tierra quemada. La destrucción es enorme, como también el coste en vidas humanas. La resistencia ucraniana, asesorada y armada también desde el exterior, era impensable para el tacticismo elocuente de Putin y sus generales. La logística entera es un desastre y sus tropas no estaban preparadas ni lo están para una guerra de resistencia urbana. La amenaza nuclear es mera retórica que no asusta porque es consciente de que es el límite no solo para Rusia sino para todos nosotros.

Putin no solo ha cohesionado el fervor nacionalista ucraniano y al tiempo menguado el propio panruso cuanto ha hecho más por la Unión Europea en este mes que en los últimos treinta años los propios europeos. Los 27 respiran por vez primera un activismo y cohesión sin fisuras más real que aparente entorno a grandes temas que van desde lo propiamente europeo y su constructo, a la defensa y el gasto militar bajo paraguas europeo y no solo trasantlántico como hasta ahora, cuanto a lo energético y la solidaridad intraeuropea hacia el pueblo ucraniano.

El coste y el precio económico va a ser y está siendo brutal para Ucrania y su pueblo, lo será también para los europeos, lo estamos viendo, pero indudablemente acelerará la decadencia política, económica y social de los rusos. Su dependencia hacia China, el gran espectador silente aunque entre bambalinas mueve y zarandea el árbol, será absoluta. Los estados satélites y artificiosos que hasta ahora el Kremlin ha tratado como tales no remediarán su situación. La guerra ha fracasado. El envite ha quedado al descubierto como toda mentira y denigración. El grado de atrocidad con el que se está ensañando Rusia juega cada hora que pasa más en su contra. Ya se habla abiertamente de crímenes de guerra y contra la humanidad. Las máscaras se han caído definitivamente.

Zelenski ha alcanzado la categoría no solo de político sino de estadista y líder, algo que no está al alcance de los mortales políticos que hemos conocido y conocemos. Tras él un pueblo sin fisuras y una Europa y un mundo que apuesta por los valores de la democracia y la libertad, aunque en realidad, nada haga por mejorar la situación de Ucrania, y sigue pagando el gas ruso y sus peajes. Europa converge sobre sí misma y empieza a sacudirse su hojarasca de inapetencia e inaptitud. Malas horas para la diplomacia y la política. Ucrania está sola.