Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Notre Dame

14/04/2022

Mañana hace tres años que se quemó Notre Dame. Y se preguntarán a que viene escribir sobre algo así, cuando el incendio de la catedral ha quedado totalmente olvidado tras varios incendios en el Amazonas, una pandemia mundial, otro incendio mucho más cercano y doloroso, la erupción de un volcán, la guerra en distintas partes del mundo, una de ellas más cerca de lo que nunca creímos posible… Y, sin embargo, al volver la vista atrás no puedo evitar caer en el pensamiento mágico y pensar que justo ahí, en realidad, fue cuando comenzó todo. Que el más conocido monumento gótico ardiera en llamas fue una señal de lo que se avecinaba.
En su momento intenté escribir sobre ello, pero estaba demasiado confusa. En aquel momento las imágenes parecían sacadas de una pesadilla. Pasé el día siguiente tristona, como si hubiera perdido algo propio. Y es que hay ciertas obras de arte con las que establecemos una relación personal, que va más allá de lo apreciativo. En mi caso, Notre Dame había formado parte del decorado de mi vida durante muchos años, habiendo estado delante en momentos muy bonitos pero también fue un refugio en los malos. Durante mucho tiempo pasé las tardes sentada al fondo de la plaza, observándola, leyendo a su sombra, viendo pasar a la policía, a los turistas y a los creyentes bajo su eterna mirada. Su órgano me confortó y me hizo sentir en casa, su piedra fue el abrazo cálido que necesité en un momento de mi vida. Por ella conocí a Victor Hugo y perseveré en las lecturas más complejas. Parecía inmortal y, sin embargo, la veía desmoronarse. Voces expertas o bien informadas hablaban de la quema de un símbolo, pero no dejaban claro de que. 
La restauración traería de la mano ciertas polémicas. La intervención del todavía presidente Macron ha tenido ventajas e inconvenientes. El plazo dado para su reapertura, a todas luces difícil de cumplir, ha hecho que desde el primer momento se haya trabajado y no se hayan perdido en debates en los que aún podríamos seguir inmersos, y que conociendo el mundo del arte sería seguramente lo que habría pasado. Sin embargo, la controversia sobre la reconstrucción de la aguja, contraria a los principios de restauración actuales ha traído cola. Con todo, han sido los técnicos dedicados al edificio quienes han tomado la decisión. La sociedad francesa se ha volcado con la restauración y los distintos colectivos que podían colaborar se han mostrado dispuestos a hacer todo lo que estuviera en su mano y esa solidaridad es de agradecer. 
En cualquier caso, si escribo esto ahora es porque, pese a todo lo ocurrido, me sigue interesando el tema. Mientras espero el final de la obra de la catedral, siguiendo con mi pensamiento mágico, me pregunto si su reapertura significará también el final de la crisis y el cambio de era en que nos hayamos. Hasta que ese momento llegué, seguiré mirando la última foto que me saqué junto a ella, aunque no sabía qué lo sería. Fue un año antes del incendio y estaba yo sola. Mi madre, desde España, me regañaba porque era muy, muy tarde para estar allí yo sola, únicamente con la catedral pues ya no había ni turistas. Pero, como siempre, estuve más rato del normal, porque al día siguiente me iba y me costaba despedirme. Volví antes de irme, por supuesto, pero había tanta gente que no hice foto. Lo que no sabía es que cuando la volviera a ver, seria distinta. Y yo también.