Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


E.T. y la Belle Époque

09/04/2022

Mi mundo está tejido de efemérides y recuerdos. De humos, ruidos y certezas. Miro aquellos almanaques colegiales del Dioce y veo pantalones vaqueros a media pantorrilla por doquier. Posa una clase repleta de santos de once años a los que, en la mayoría de los casos, perdí de vista. La imagen, tomada en aquellos escalones que separaban las pistas del colegio grande, que bordeábamos para hacer la milla, está protagonizada por un grupo de niños con aspiraciones de grandeza a los que sólo falta adentrarse en aguas fluviales a pescar truchas. ¡Qué trazas! Aquello fue una escuela de aprendizaje más allá de los números y las letras. Alguno, por cierto, sale como autoridad en los informativos nacionales. De aquellos borrosos años 80 retumba en mi aquel subversivo Hey Pijo, que hacía gracia hasta a aquellos a los que criticaba. Su melodía machacona repicaba en un pequeño radiocasete gris cuando mi tío falleció a la edad que en breve yo alcanzaré. Un golpe tremendo. Siempre me acuerdo de sus tretas para darme golosinas a espaldas de mis padres y de aquel puzzle Educa de 4.000 piezas que coronaba el salón de su casa. La vida se arma a pedazos y fluye con sangre. Unos años antes, en diciembre de 1982, se estrenó E.T., una película emblemática para mi generación. Steven Spielberg nos asombraba cada vez que se ponía tras una cámara, porque hacía de lo imposible algo creíble. Éste fue el caso. Lo digo ahora. Cuando fui a ver aquello era un canijo que sólo pensaba en comer y jugar tirado en el suelo, por lo que deduzco de aquellas fotos de tonos marrones que guardaban mis padres en una caja y por el resumen que hacía mi madre –que me sigue faltando– de aquellas primeras andanzas por este mundo de quien firma este artículo. Fue una tarde, en el puente de la Inmaculada. Ella nos acercó a mi hermano Carlos y a mí al cine Tomás Luis de Victoria. Solo recuerdo salir de allí por peteneras al finalizar la proyección. Es probable que dado mi estado rollizo de desarrollo me quedara frito en el frame 45. O que, dado el impacto visual que provocaba aquel bicho vestido de Mary Poppins al salir del armario (probablemente de ahí venga la manida expresión), me escondiera bajo una butaca y me pusiera a elucubrar sobre cualquier tontería. La que fuera. Sigo haciéndolo, aunque ya no necesito descender a los infiernos. 
E.T. no ha vuelto, aunque cualquier día podría hacerlo, si hacemos caso de las sorpresas que nos ha deparado esta segunda década del siglo XXI. ¡Joder con la Belle Époque!
Ese es mi primer recuerdo de una sala de cine. Tenía cuatro añitos y la osadía nos llevó allí. Yo acerqué a mi hijo con la misma edad a ver Del revés y casi tenemos que llamar a las asistencias. No hagáis caso de las calificaciones de edad de las películas porque las editan los mismos que traducen sus títulos…
Este año se cumplen cuatro décadas de aquel estreno, el de E.T., y, por tanto, el mío en una auditorio con proyección. Sigo yendo. Me gusta respirar el olor de esos singulares templos en los que encuentras de todo. Como en la vida real. Y viceversa.
Años más tarde llegué a Salamanca y conocí a gente que vivía ese universo de una manera intensísima. Superlativa. El recientemente fallecido Roberto Pérez Toledo, a quien el otro día seguían felicitando su cumpleaños esos amigos ficticios que surcan nuestras redes sociales…
Otros que supuraban cine eran Michi Huerta, hoy uno de los sheriffs de la Facultad de Periodismo de la Pontificia; o mis amigos Ángel, Roberto, Carlos Lorenzo –el mejor camarógrafo al oeste de Ávila–, Peter Loma –la voz que me habría gustado tener–. Pablo García, Marta la productora… Qué bien lo pasábamos haciendo aquellos cortos bajo el frío charro. Visto con perspectiva, yo sólo llevaba un palo con un micrófono para aparecer en los créditos. Postureo noventero.
Recuerdo vagamente mi incursión en el Tomás Luis de Victoria para ver E.T. pero ha habido más de un día en el que me he sentido como aquel bicho que buscaba llamar por teléfono a otra dimensión. Hoy el extraterrestre habría enviado un whatsapp, habría chequeado su recepción y a otra cosa. En esto nos hemos convertido. Hoy E.T. alucinaría. Directamente, Spielberg no lo traería. Y menos en esta lamentable Belle Époque que nos toca vivir. Ya me entienden.