Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


Ave Fénix

02/10/2021

La Cenicienta se sentaba junto a la chimenea al caer el sol. Allí, envuelta en cenizas encontraba la tranquilidad que necesitaba al caer el día. Desde muy temprano la tarea de echar leña al fuego para calentar el hogar era liviana, porque sabía que tras esa llama y el calor, se encontraban las ascuas que, al mirar, le darían la confianza para no perder nunca la esperanza. Sonreía y, como si se tratara de ver la puesta de sol, esperaba a que el último rescoldo naranja se convirtiera en gris y tras las horas tornara a negro tizón. Después de ese instante en el que el fuego se apaga, el día acababa y se podía soñar en el siguiente.
Fuego, agua, tierra, aire... En realidad, tenía todo lo que se puede pedir a la vida. Cuatro elementos que en justo equilibrio son pieza clave y fieles compañeros de viaje. Todo en su justa medida es la fórmula correcta de la balanza.
Amanece, echa más leña al fuego. Recoge la mesa, otro tronco seco de encina para quemar y de nuevo ese olor característico, un pequeño hilo de humo y una llama incandescente por unas horas. Horas, tiempo, lo justo para que volver a encontrarse, el momento preciso, en el que esa pequeña brasa pasa a convertirse en pavesa. La vida, el constante cambio. El agua, que puede pasar de hielo a mar, de nieve a río, de diversión en verano al frío del invierno. El fuego, que pasa de ser cálido, acogedor y tierno, al infierno de la Divina Comedia en cuestión de segundos.
¡Qué distintos los fuegos en cada momento! Para Cenicienta el final de un día; Para Vulcano el dios romano del fuego, el inicio del trabajo en la fragua, el fuego físico que permitirá a la humanidad resolver nuestros problemas cotidianos. Para Prometeo y su antorcha encendida en las ruedas del carro del Sol, la «claridad del conocimiento infundida en el corazón del ignorante.» Para las personas afectadas por el incendio de la Sierra de Ávila, un nuevo comienzo. Para las que viven atemorizadas por el Volcán, una espera; para ti y para mí, espectadores del devenir de la naturaleza, que lanza su fuerza para poner a prueba nuestra vulnerabilidad, un mundo que no deja de latir en cada tragedia.
La pérdida de la diversidad, la fauna afectada, la flora calcinada, los medios de vida y supervivencia apagados, un futuro incierto que de momento no se ha extinguido, oculto aún por el humo, que no alcanza a vislumbrar que detrás de la lava puede haber algo de esperanza. ¡Qué mueve el mundo sino la capacidad de superarnos cada día! ¡Qué inercia no es una explosión de lava que llama a la solidaridad con nuestro vecindario! ¡Qué grande la capacidad para levantarse otra mañana más sabiendo que hasta la noche no llegará tu calabaza a buscarte para llevarte a ver el mar.  
Cenicienta de día, zapato de cristal de noche, lava de un volcán, ceniza del fuego de Navalacruz, el olor a corazón quemado, el resurgir de un alma que, como el Ave Fénix, se elevará majestuosamente desde las cenizas de su propia destrucción, renaciendo mucho más fuerte, valiente, luminosa y, nunca quedará calcinada.