Familias de acogida, un altruismo doloroso

M. C. Abrié (EFE)
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Dar un hogar temporal a niños que lo necesitan supone un duelo tras cada despedida, un proceso difícil, pero muy enriquecedor

Familias de acogida, un altruismo doloroso

Tona y Josep son un matrimonio que desde hace 13 años forman parte del Servicio de Acogidas Familiares (SAF) de Cruz Roja. En esta larga década han acogido ya temporalmente a seis bebés y reconocen que cada vez que tienen que entregar al menor sufren un «duelo» que «sobrellevan» obsequiando a los niños con un «álbum de recuerdos y canciones» para que se puedan acordar así de ellos.

Viven en la comarca barcelonesa de El Berguedà, desde donde Josep, arquitecto de profesión y apasionado de la fotografía, documenta todo este proceso, «desde que vamos a buscar al bebé al hospital hasta que firmamos la despedida», con instantáneas que luego compila en un libreto «para que no se produzca un vacío de recuerdos de la etapa en la que el niño está en acogida».

Durante ese período, cuidan a los menores el tiempo necesario, sin derecho a quedárselos de manera definitiva, para que sean adoptados o puedan regresar con su familia de origen. Es un altruismo que, aseguran, genera dolor en cada despedida. «En la primera página del libro de recuerdos escribimos una estrofa de alguna canción que nos recuerde a él. Luego, explicamos sin dramatizar que estamos contentos de que pueda seguir una vida feliz e incluimos las fotografías que tenemos desde que llegan a casa. Nos ayuda a sobrellevar el duelo por su marcha y a vivirlo como un momento feliz», detalla Tona, una mujer entrada en los 60 años.

Esta familia berguedana explica que, en algunos casos, han conocido a los padres biológicos de los niños que han tenido a su cuidado y admiten que «es difícil porque no sabes cómo actuarán, pero tienes que aceptar su reacción».

El primero de seis

El matrimonio se hizo a cargo del primer bebé motivado por una pareja de amigos: «Los vimos paseando con una niña pequeña y nos extrañamos porque ya no estaban en edad de tener criaturas pequeñas», bromean. Ese encuentro acabó impulsando la que fue su primera acogida y dio lugar a cinco más.

«Valoramos de inmediato que era una labor importantísima. De entrada, a sabiendas de que sería una etapa más o menos corta, decidimos probar y ver, en función de las circunstancias, si éramos capaces de salir adelante. Acabamos repitiendo», subraya Josep. Cuentan que mantienen la relación con los niños que han vivido en su casa y aseguran, emocionados, que «es muy enriquecedor».

Otra familia, también acogedora y vecina de la comarca de El Berguedà, es la formada por Xavier y Teresa, quienes califican el proceso de «justicia social», ya que «habiendo familias que pueden permitirse acoger, ¿por qué no aumentar la felicidad de los niños?», se preguntan.

Señalan que ellos se han mostrado siempre partidarios de «implicar a todo el que nos rodea en la acogida, de que el entorno también acoja». «He ganado y aprendido yo más que ellos en todo este tiempo. He tenido que reinventarme porque el proceso requiere adaptación y saber gestionar los problemas que surgen sin un enfrentamiento y favoreciendo que se sientan parte de la familia», reflexiona Xavier.

Una nueva vida

Por su parte, Javier y Mario -nombres ficticios, pues prefieren no revelar su verdadera identidad-, futuros ingeniero informático especializado en ciberseguridad y Mosso d'Esquadra, respectivamente, son dos de un total de cuatro hermanos, ahora adoptados, que fueron acogidos cuando eran niños.

Por diversas circunstancias, no pudieron acabar todos en el mismo hogar y tuvieron que conformarse con crecer viéndose solamente una vez al mes: «No podíamos estar los unos sin los otros, así que una vez al mes nos organizábamos para dormir los cuatro juntos en la misma casa. Ahora, las familias de nuestros hermanos son también las nuestras», recuerda Javier.

Sobre su estancia, los hermanos admiten que «los primeros días son difíciles porque cuesta coger confianza, pero empiezas una nueva vida, poco a poco, y terminas adaptándote». 

«Con nuestra madre biológica planificábamos visitas mensuales de una hora. Recordábamos un gesto concreto que hacía con la cabeza y el día que la vimos hacerlo dijimos 'es mamá'. Ahora, sabemos que se alegra de que nos vaya bien y le decimos que no tiene que preocuparse por nada, que ahora le toca a ella vivir su vida», expresan conmovidos.

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