Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Matonismo

07/03/2022

Sostiene Pereira que escribe estas líneas abatido porque la guerra ya lleva seis días envenenando la malaventurada Ucrania, «tierra fronteriza» según su etimología. Obnubilado y ensordecido por los tambores de la contienda apenas es capaz de concentrarse para garabatear algunos deslavazados lamentos y preguntas. ¿Qué pasa a los hombres? ¿Por qué son tan violentos? ¿No aprendieron que la violencia engendrá más violencia, que es como una bola de nieve, que cuanto más rueda más engorda? ¿No aprenden de todas las guerras que han hecho para que siga provocando más y más? Porque ésta, tan cercana y tan «publicada», no es sino una más entre las 65 que asolan el mundo. Por eso, León Felipe pudo decir en uno de sus poemas: «¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas...». Esta de Ucrania se ve más porque afecta al mundo europeo y porque, en su tablero, se juegan no sólo los nuevos repartos del poder en la Tierra sino también, y esto a la larga es más importante, el liderazgo y la prevalencia o no de un modo más democrático, más justo y más libre de la gobernanza en una sociedad muy compleja.  
Desde hace algún tiempo, y la pandemia lo ha acrecentado, hay un fuerte debate sobre la eficacia a la hora de solventar equitativamente los problemas de la sociedad. Por un lado, los que se decantan por los gobiernos «fuertes», llamados así para evitar decir sátrapas, dictatoriales, neofascistas, o nacionalpopulistas, partidarios de «cortar por  lo sano» y «el que no piensa como yo es un traidor»; por otro, los que exigen que se potencien las democracias y su estilo dialogante, persuasivo y colaborativo entre individuos y Estados. En esta guerra, se juega esa confrontación ideológica y, por eso, es vital que Europa esté más unida que nunca; que Europa siga aportando al mundo sus valores de tolerancia, de apertura y de justicia distributiva. Es vital que siga aportando su modo de entender el «Estado de Bienestar» y su lucha por la libertad individual y colectiva. A pesar de sus dudas y de sus complejos pactos y acuerdos, no puede ceder ante los nuevos nacionalismos excluyentes, al imperialismo ramplón y al matonismo como norma política, que encumbra el método de la fuerza como única arma y, como símbolos, la testosterona, el desprecio del otro, sobre todo si es más débil, y la camisa desabrochada del líder, montado en un caballo violento y colérico. 
Es preciso desenmascarar con valentía el discurso del odio, de la mirada a un pasado heroico e imperial, que es pura imaginación, y que sirve a sus adalides para dirigir el presente hacia sus intereses y que sólo provoca guerras, primero entre individuos y después entre territorios. Y en este empeño está Ucrania y está Europa y su escala de valores, que es la herencia mejor que puede aportar al mundo, empezando por no abandonar al pueblo ucranio. Europa debe hacer piña y parar esta guerra que, como todas, trae en su vientre el sufrimiento con rostro de escuelas sin niños, de sirenas desgarrando los oídos de la noche, de novias que abrazan sombras, de madres desencajadas por el llanto, «piedades» que no tendrán un Miguel Ángel, de hileras de viejos, mujeres y  niños dejando su vida en la nieve como el bueno de Antonio Machado y tantos otros en los Pirineos. Esta guerra, como todas, tiene sabor  de  muertos, de exiliados, de trenes atestados, de campos de refugiados, de hambre y de frío aunque el gas pase tan cerca. También tiene esta guerra rostro de universitarios que empuñan un arma sin saber cómo se dispara, acostumbrados a pelear en sus clases con las palabras que ahora se han quedado mudas e inútiles para comprender este desastre que se les ha echado encima. Y en las cocinas, con los nervios desvencijados, los hombres y las mujeres preparan cócteles molotov con las botellas que hace unos pocos días llevaron en sus entrañas la leche nutricia o la chispa de la vida. Maldita guerra que cambia hasta el sabor del aire. 
Piensa Pereira en esta catástrofe mientras siente el llanto de los niños de teta a los que las sirenas de la noche han retirado la leche de los jóvenes pechos de sus madres. Piensa en la guerra y quedan en nada las «ayusadas» y las sonrisas impostadas de Casado, los dimes y diretes de XÁvila y la verborrea de su «jefe», las promesas estériles de Mañueco y los debates hueros electorales, que tanto espacio ocupan en las radios, las teles y los periódicos. Todas esas cuestiones, vistas a la luz de la guerra, no son sino puro teatro, cansino carnaval en el que las caretas son de quita y pon. Hay que parar esta guerra y todas las demás. Porque la amistad es vida y el enfrentamiento, muerte.