Francisco I. Pérez de Pablo

Doble click

Francisco I. Pérez de Pablo


Dos años de la «guerra»

15/03/2022

La semana pasada mientras hacía tiempo en tanto llegaba el tren del mediodía procedente de Valladolid para recoger a un pasajero (venía con casi una hora de retraso y es que el trato ferroviario que sigue dándose a Ávila es simplemente deplorable), me acerqué a la barra de uno de los bares cercanos a la estación. No habría más de diez o quince personas cuando en las 75 pulgadas de la gran pantalla del televisor colgado en la pared la presentadora del telediario iniciaba las noticias con la situación de la guerra de Ucrania. Ninguno de los clientes levantó la mirada, ni prestó atención a lo que narraba la periodista. Solo cuando aparecieron en la pantalla unas imágenes del impacto de una bomba seguido de gente corriendo, llorando y ensangrentada, uno o dos levantaron brevemente la vista para bajarla inmediatamente y seguir con su consumición, con la tragaperras o fijos con sus móviles.   
Me sorprendió esa total desatención –desconexión– del problema y del sufrimiento y me dejó un cierto mal sabor de boca a pesar de que el pincho y la cerveza estaban apetitosos. Cuando salí del bar me di cuenta lo pronto que la gente evade y olvida hechos, acontecimientos y coyunturas (más si aparentemente son lejanos como es este conflicto que tenemos tan cerca), de ahí que esta columna he querido recordar que tal día como hoy, pero hace dos años, nos levantábamos sin poder salir de casa y nos esperaban semanas con miles de muertos sin un digno funeral. A los chinos los veíamos por televisión.
Era un fin de semana donde no éramos conscientes de todo lo que vendría después. Un Estado de Alarma –luego vino otro y ambos inconstitucionales– que nos impidió salir a la calle y de repente apareció la palabra malintencionada teletrabajo, mientras a otros se les cerraron los negocios (no habría normalidad, ni nueva normalidad hasta que no volviera la barra del bar). Se habló de guerra al coronavirus, aunque viendo lo que ahora está aconteciendo probablemente el calificativo no era el más exacto.
Lejos ha quedado la compra y el uso de los molestos y postergados guantes de látex, pues en el principio las actuales mascarillas no eran necesarias –ahora hasta sirven de reclamo electoral como hemos visto en los pasados comicios regionales– y los geles daban cierto repelús. Sin salir de casa, solo para necesidades vitales, encontramos el calor y acomodo de un hogar que servía de bar –autoconsumo– al atardecer. 
Prohibido el salir de casa (solo los que tenían perro podían salir cerca de su vivienda y pocos minutos, aunque con la excusa lo hacían varias veces al día), también se prohibió hacer deporte y cuando se liberaron algunas restricciones se pusieron franjas horarias para jóvenes, adultos y mayores. Los runners salíamos al alba –corría gente que nunca había hecho deporte– y para no superar el horario los últimos minutos el ritmo era de récord mundial. Aún seguimos sin saludarnos estrechando la mano, mostramos reticencia a abrazarnos, lo de los besos está olvidado y es que aún hay distancias. Con el toque de queda la ciudad parecía un circuito donde los coches iban raudos a sus casas.
 Hace dos años en Ávila nevó. Lo recuerdo bien porque sin gente por las calles y con nieve el alcalde se empecinó en mantener el pago de la ORA hasta varios días después yendo durante todo este largo periodo por detrás de los acontecimientos. Cientos de normas estatales y autonómicas dispares se han publicado y de todo aquello aún queda la ignominiosa cita previa en muchas administraciones.