Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


Algo se muere en el alma

27/01/2023

Así comienzan las sevillanas del adiós. Un canto sobradamente conocido y tarareado en muchas despedidas. Y con una letra que expresa parte de esas emociones que todos vivimos cuando decimos adiós a alguna persona querida: un pañuelo de silencio, un pozo sin fondo, que grande es la soledad, el vacío que deja, porque va dejando una huella que no se puede borrar… Frases capaces de poner nombre a sentimientos hondos e inefables.
La despedida es, quizás, una palabra que no siempre resulta fácil de pronunciar, pero que forma parte de nuestras vidas. Hay despedidas temporales y otras que parecen no tener vuelta atrás. Despedidas que conviven con la jornada, la ida al trabajo o a la escuela, una salida de fin de semana o unos días de vacaciones, despedidas nocturnas cuando nos retiramos a descansar o volvemos a casa. Momentos que acompañamos rutinariamente con un beso, un abrazo, un «buenas noches», o un simple «hasta luego».
Pero junto a las situaciones ordinarias emergen otras extraordinarias, aunque muchas veces esperadas o previsibles: cuando alguien tiene que irse a otra tierra a trabajar por un largo tiempo, cuando los hijos se van de casa para seguir su propio camino, cuando los amigos o familiares tienen que seguir un rumbo diferente en sus vidas y emigran a otras tierras. Aquí las emociones afloran con más fuerza y marcadas por la conciencia de que ya no es un simple «hasta mañana», sino que es previsible que pase bastante tiempo hasta que nos reencontremos. Pero entonces ya no será lo mismo.
Aun cuando separarse espacial y temporalmente de un ser querido aflige el corazón, no es comparable con las despedidas del todo inesperadas: fruto de un accidente, o de una enfermedad que terminan en la muerte. Realidades que se imponen como navajas afiladas que cortan lazos estrechos de cariño.
Estos días, releyendo crónicas de la guerra absurda de Ucrania, imaginaba que las despedidas impuestas por una situación de guerra son casi tan dolorosas y temidas como la de una grave enfermedad: no hay certeza del desenlace, y los temores de que no vuelvan a encontrarse con la familia, intensifican el dolor de la despedida.  Algo semejante a lo que acontece cuando alguien tiene que marchar por las presiones, extorsiones o ambientes insalubres que se crean a su alrededor: se ve obligado a salir de su casa con la amargura de tener que sufrir algo de lo que no es culpable. Y solo queda la despedida como salida y solución. Y mientras, los que provocan la guerra o situaciones de injusticia, se jactan en su aparente victoria y destrucción. Aunque su ceguera llega a límites aún más profundos: se autojustifican leyendo la huida de los otros como debilidad del enemigo. 
A todos nos duele tener que despedir a los seres queridos: ya sea que ellos son los que se marchan o uno mismo el que tiene que tomar esa decisión. Porque, al fin y al cabo, toda despedida significa «perder» algo de lo que ha nutrido y enriquecido tu vida. Por suerte, más allá de la situación concreta que se crea, también en la despedida emerge y nace algo increíblemente bello, aunque difícil de descubrir. Si despedirse duele es porque hay un amor profundo entre las personas; un amor que, aunque parece ponerse a prueba, tiene la oportunidad de seguir creciendo, de seguir manteniéndose a pesar de los condicionantes del tiempo y del espacio. Y cuando descubrimos esa gozosa posibilidad, toda despedida nos despierta a un amor más grande, al propósito de mantener encendida la llama. Quizás exige más cuidado y más esfuerzo, quizás exija el propósito de no acostumbrase al olvido, quizás exija recordarse a uno mismo que lo vivido nos enriquece y es nuestro patrimonio vital. Por eso el simple recuerdo del familiar, del amigo se convierten en la distancia en un nuevo aliciente de vida y esfuerzo.     
Invito al lector a hacer este ejercicio: recordar todas esas personas significativas que han pasado por su vida, familiares, amigos… Incluso recordar a los que ya hace mucho tiempo que se fueron. Avivar el recuerdo de esos amores y amistades es un ejercicio capaz de despertar muchas células dormidas de nuestro interior. 

ARCHIVADO EN: Enfermedades, Ucrania