José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


El hacer y el ser

27/01/2023

Ya sabrán, estimados tres lectores, que los malos columnistas tiramos de efemérides como alivio cuando las agujas del reloj giran inclementes, la fecha tope para la entrega se acerca y las musas parecen haberse ido a esquiar o de viaje a alguna isla del Caribe, donde seguro que hará más calorcito que en Ávila estos días. El calendario y sus redondos recordatorios son buen burladero desde donde mirar al toro semanal y preparar el bajonazo con el que rematar la faena, mientras se va pensando en la plaza en que lidiar la semana siguiente.
Un día como hoy nació Mozart. Es curioso, medio siglo después también vino al mundo el bilbaíno «Mozart español,», Juan Crisóstomo de Arriaga. El genio de Salzburgo es uno de los arquetipos de la música conocida como «clásica», que a veces asusta a la gente por lo que de seria y pomposa pueda tener. Pero Mozart era todo lo contrario: juguetón, extrovertido, bromista a veces —sin llegar a la caricatura de la película «Amadeus»— y, sobre todo, alegre. Un carácter que poco cuadra con la imagen que tenemos de los sesudos escribanos del pentagrama. Nació hoy también Lewis Carroll, padre de «Alicia en el país de las maravillas». Escritor ingenioso, imaginativo y dado a la aventura, pero en su vida privada una persona convencional, diácono de la iglesia anglicana y matemático, autor de tratados de lógica o determinantes.
Un 27 de enero murió, hace trece años, J.D. —Jerome David para los amigos— Salinger, el autor de ese prodigio sobre la adolescencia, la condición humana y la sociedad que es «El guardián entre el centeno», pero escrito por alguien que pasó la mitad de su vida recluido y rehuyendo el contacto con sus semejantes. Y también falleció —a veces se da como fecha la de mañana, cuando le hallaron muerto en la cama de un hotel— André René Roussimoff, más conocido por todos ustedes como «André el Gigante», una mole de más de 2,25 metros, luchador de lucha libre y con cara imponente, pero que contrariamente a su amenazante físico resultaba ser uno de los seres más tiernos que hayan existido. Su personaje en «La princesa prometida» no es actuación, sino reflejo de su verdadero ser, como relata Cary Elwes —el muchacho/pirata Roberts— en el magnífico libro «Como desees» sobre el rodaje de la mítica película.
Supongo que se estarán hartando de que dé mantazos sin sentido y quieren que deje ya el estoque simulado y acabe la desaliñada faena. Me llevan estos aniversarios y personajes a pensar —y a compartir con ustedes mis elucubraciones— sobre cómo a veces creemos que los hechos de alguien dictan su carácter, o que la personalidad se ha de ver reflejada en la actividad que uno desarrolla. Recuerden lo de elegir entre un político vegetariano, ecologista y defensor de los animales y otro supremacista, fumador, bebedor e infiel a su mujer. De escoger al primero se quedarían con Hitler, de ser al segundo, con Winston Churchill. Quizás, ahora que se aproximan curvas electorales, debiéramos de intentar separar lo que los candidatos son de lo que creemos que puedan hacer, sin olvidarnos, eso sí, de que a veces no todo es hacer, si no también ser. No sé si me explico. Supongo que no; espero que no me lluevan muchas almohadillas.