José Pulido

Contar hasta diez

José Pulido


Pequeñas causas

07/01/2023

Dicen que la Ley de la Gravitación Universal se la sugirió a Newton la contemplación de la caída de una manzana desde la rama del árbol del que colgaba. O que la toma de la Bastilla, símbolo del inicio de la Revolución Francesa, fue una algarada callejera que se saldó ocupando una vieja fortaleza guardada por solo 32 soldados que custodiaban a siete prisioneros. Humilde y curioso origen para las más grandes transformaciones y cambios de la Historia.
Viene esta digresión a cuento de algunas noticias  que he conocido en estas últimas semanas y que me han sorprendido gratamente en medio de un panorama de guerra, crisis económica y violencia por todas partes, que parecen la norma de este mundo nuestro tan desquiciado.
Las noticias hacían referencia a iniciativas para la creación de empleo puestas en marcha por asociaciones abulenses como Fundabem, Autismo Avila o Faema Salud Mental, para crear empleo entre colectivos especialmente vulnerables. En concreto personas con enfermedades y trastornos mentales, que figuran entre las más olvidadas por nuestra sociedad. 
No voy a entrar en detalle de las noticias concretas, sino de la positiva impresión que me produjeron y las reflexiones que estos hechos sugieren a quien quiera detenerse en ellos. Pequeñas iniciativas, causas humildes que pueden llevar en sí el germen de grandes cambios, como aquellas otras a las que me refería al principio de estas líneas.
Porque no se me ocurre nada más revolucionario ni más transgresor en un mundo tan injusto, tan violento e inhumano como el que nos ha tocado vivir, que el esfuerzo cotidiano de unas personas y las organizaciones en las que trabajan  por ayudar a quienes más lo necesitan. Y hacerlo desde la sencillez y la normalidad de proyectos que exigen colaboración, inteligencia, trabajo diario… en fin, esas pequeñas grandezas y también miserias de nuestra condición de seres humanos que no tenemos superpoderes, ni grandes fortunas, ni queremos imponer nuestra voluntad a los demás porque nos sintamos superiores a ellos; ciudadanos de a pie, gente honrada que acude todos los días a su trabajo, que paga facturas, cría a sus hijos y llega a fin de mes como puede, que a veces no.
En estos años veinte del siglo XXI,  el cuidado de unos hacia otros, la ayuda a quienes la necesitan, la solidaridad y la bondad, son premisas revolucionarias y a contra corriente de un mundo desquiciado que camina a ciegas hacia su destrucción. Un ejemplo sencillo, que ni siquiera es consciente de su valor y que pasa desapercibido entre la multitud de cosas, no todas buenas, que constituyen el día a día en nuestra vida.
No digo yo que los proyectos y los desvelos de estas asociaciones, que el trabajo y el esfuerzo de la gente normal y corriente, de los que apenas protagonizan un rincón en las páginas interiores del periódico, de los que nunca llegan a las primeras planas, vayan a inspirar una nueva Ley Universal de la Gravitación ni una Revolución Universal que verdaderamente respete los Derechos Humanos, pero sí opino que la sociedad del futuro deberá parecerse más a ellos que este injusto mundo de hoy. Porque en caso contrario, corremos peligro de quedarnos sin un mundo en que vivir.