Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Leer

02/07/2022

Si hay una estación, un lugar en el que mudarse a leer, es el verano. Perezoso y solemne llega como si fuera a quedarse para siempre. Los días multiplican sus horas y casi de día aún, no ha hecho presencia el cansancio debido. Nos vitaminamos y enardecemos como animales a punto de tener una aventura épica, somos eternos en verano, el tiempo es grande, el minuto duplica la sentencia de los relojes de las catedrales, y parecen menos los tañidos, porque escuchamos solo lo que nos apetece, porque la anarquía reina, el viento no hace daño desde el norte y no se echa de menos la lluvia necesaria, no se quiere. Las noches en verano traen el olor a secos matorrales de la sierra. Hay  estrellas que no apagan su brillo por mantenernos en devoto duemevela, porque vivamos más, porque sintamos, porque aún queda tiempo para hacer del amor una aventura y del conversar una oportunidad de comprendernos.
En ese campo abierto del verano, que dura o un instante o varios siglos, es en el que los libros cobran vida. Las manos tejen entre páginas las historias escritas hace mucho, o ayer. Las portadas expuestas en los escaparates nos llaman y persiguen entre bambalinas para acercarnos a palabras hiladas, a historias increíbles o reales. Personajes emergen entre adjetivos elevados de categoría, abandonan las almas sus encierros entre tinta y espacios, y vienen a instalarse al lado nuestro, en la quietud de las horas calientes, sofocadas por soles agradecidos de estar puestos en el horizonte.
El sentido del tacto entre las hojas, nunca tan blancas como las azucenas, desliza pensamientos que nos cuentan los héroes, los villanos, las marquesas cansadas de su vida, los adolescentes ardiendo en juventud eterna, los viejos apestados por la guerra, las matriarcas controlando su prole, los abandonados donde nadie busca, los niños sin padre o sin amigos, los paisajes entre acantilados, entre dunas o en planicies suaves o escarpadas, los árboles, las flores, la sequedad del viento, las mareas, las lluvias en torrente tropical, las playas paraíso, los frentes de batalla, el miedo, el coraje, el amor y la gloria, la pestilencia de los arrabales, la riqueza de palacios soñados, el devenir de la existencia, el pensamiento, la filosofía de los viejos maestros y los nuevos. Meditar, abandonarse al miedo, subir en escaleras hasta Venus, bajar a los abisales senderos de mares no encontrados, morir, resucitarse y ser otra persona, cambiarse de escenario por el capricho de los que escribieron, volar, no estar, dejar pasar sin miedo los calvarios, restaurar las pinturas de un palacio, conocer personas que se fueron, admirar u odiar, besar o suicidarse. Todo lo encierran los libros del verano, en volúmenes que esperan con paciencia nuestro tiempo de vivir no esclavos.
Leer en el verano es como tener doscientas vidas. Hay tanta luz que usar, tanto esplendor. Sacar de cada párrafo una imagen. Crear en la lectura una película tan íntima, personal y sectaria como anárquica, con una libertad no comparable con ningún otra acción. Leer oculta siempre el albedrío de la imaginación, es secreto, es lo pactado entre tu ser y el libro que acaricias indolente hora a hora, que cierras para mirar al frente y seguir ensoñando en lo más dentro. Pero leer en verano es más, es hacer de los días otros días y duplicar el breve tiempo que huye entre latidos, mientras se acorta el respirar y el otoño baldío nos aguarda muy cerca.

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