Trabajadoras invisibles a la conquista de sus derechos

EFE
-

Colectivos de mujeres como las aparadoras, rederas o envasadoras gritan '¡basta ya!' tras décadas de trabajo silencioso a sus espaldas en malas condiciones y sin reconocimiento

Una pareja de ‘redeiras’ cosiendo en el puerto de La Coruña, donde el clima, generalmente, juega en contra de su labor - Foto: Cabalar (EFE)

Mientras crece progresivamente la presencia de mujeres en profesiones tradicionalmente copadas por hombres, trabajadoras invisibles de sectores precarios, y en muchas ocasiones sin visibilidad, unen fuerzas cada día, aunque se hagan oír más en la víspera del 8-M, para reclamar derechos. De las aparadoras a las envasadoras y también las rederas, muchas de ellas repasan una vida laboral que ha transcurrido de espaldas a derechos básicos, sin horarios, vacaciones y ni siquiera cotización a la Seguridad Social.

Una de ellas, que prefiere no dar su nombre por temor a dejar de recibir trabajo, se dedica a coser todas las piezas que tiene un zapato en Elche, tiene 60 años y pese a trabajar desde los 15 no quiere «ni pensar» en el momento de jubilarse, pues apenas tiene cotizados siete meses. «No quiero ni planteármelo. Sé que llegará un momento en que no podré trabajar, pero no quiero ni pensarlo porque es de lo que vivo», relata una de las 7.332 mujeres que, según un estudio de la Universidad de Alicante, trabajan sin cotizar en el sector del calzado alicantino, invisible y feminizado, pues son apenas 1.542 los hombres aparadores.

Este trabajo «invisibilizado» nace después de que las grandes empresas del calzado externalizaran en pequeños talleres el aparado de los materiales. Estos contratan a terceras personas con sueldos que no superan los 3 euros/hora y que no se actualizan desde hace 25 años.

Ella es una más de la Asociación de Aparadoras y Trabajadoras del Calzado, que acudió el pasado enero a la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo en Bruselas para denunciar estas condiciones y pedir que se les reconociera una jubilación digna. «Hubo gente que se tiraba de los pelos. ¿Cómo es posible que esto ocurra en Europa?», asegura que se preguntaban los europarlamentarios. 

Situaciones igual de lamenables se dan en otros sectores. «El salario mínimo interprofesional (SMI) ha igualado las categorías de mozo y envasadora. Si no fuese por el SMI no ganaríamos ni 1.000 euros y los mozos estarían cobrando más dinero que las envasadoras, que se matan a trabajar», apunta Rocío Viciana, trabajadora de la Sociedad Agrícola de Transformación ACcrena de Almería. En el caso concreto de su empresa, aclara, la situación ya era distinta, ya que los tribunales fallaron contra la discriminación salarial por razón sexo en el sector de manipulado y determinaron que «no existe razón objetiva que justifique la diferencia retributiva entre mozos y envasadoras, siendo funciones de igual valor».

Sin embargo, apunta Viciana, esto no se ha plasmado aún en el convenio colectivo, por lo que el elemento igualador ha sido el SMI. «En otras empresas, las mujeres y los hombres tienen que trabajar hasta 16 horas diarias para poder ganar un sueldo de 1.400 ó 1.500 euros. No tienes vida personal (…) El sueldo es muy precario», añade. Aunque reivindica mejoras para ambos sexos, reconoce  que de los 30.000 trabajadores en el sector, el 85 por ciento, unas 25.500, son mujeres.

La futura Ley de Pesca Sostenible reconoce por primera vez a las rederas o neskatillas un coeficiente reductor de la edad de jubilación. Era una demanda histórica del sector, mayoritariamente femenino, destaca la Asociación Nacional de Mujeres de la Pesca, que celebra también que se aumente el coeficiente reductor para las mariscadoras de costa.

Orgullo de ser 'de mar'

Ana Belén Regía es redera desde los 15. Describe este trabajo como «duro, sobre todo en invierno», pero «satisfactorio» porque le aporta una libertad que, ella al menos, no encontraría en otra ocupación.

La presidenta de la Asociación de Redeiras O Fieital de Malpica (La Coruña), Ángeles Mille, expresa con orgullo que las mujeres del mar son «fuertes, de tirar para adelante». Por ello, van «donde llaman los barcos», detalla Regía, que de carrerilla enumera los puertos del Cantábrico que pueden llegar a visitar en una semana, ya que, como ella misma recuerda, «para que un barco pueda pescar, tenemos que estar nosotras para atarle las redes». Eso sí, «la mayoría de la gente ni siquiera se plantea que existe esta profesión», admite Verónica Veres. Son mujeres invisibles que se quieren hacer ver.