Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


El espíritu de la colmena

03/12/2022

Que una tarde de invierno te llame Inés para ir juntas a un ciclo de cine español en Polonia no es una casualidad. Que vayas a una sala con un encanto especial (ni grande ni pequeña, ni antigua ni moderna… simplemente especial) no es casualidad. Que la película inaugural del ciclo organizado por la Embajada de España en Polonia sea El espíritu de la colmena no lo es, ¿verdad?
La vi hace años en la pequeña pantalla. Y como toda película con grandes planos y preciosos paisajes, no tiene nada que ver. Entra en juego la otra dimensión del cine que arroja silencio, luces apagadas, sin mensajes de móvil entrando continuamente o sin otra tarea que hacer a la vez que disfrutas de una buena sesión.
Ya sea porque hace tan solo unos días hemos conmemorado el día de la infancia, o porque se rueda en una época especial de la post guerra en un momento de guerra, o porque ese pueblo es parecido al de mi abuela o simplemente porque es revivir nuestra Castilla. Tengo que decir que salí tan entusiasmada con la película que parecía que no había otra en el mundo que hubiera podido captar el sentir de una tarde de noviembre en una nevada Varsovia.
Como en tantas cosas de la vida, soy una profana en el mundo de las colmenas. Mi amigo Juan Pablo es un experto, pero en mi caso, solo las ví de lejos cuando me explicaba la organización, el cuidado de los paneles y la elaboración artesanal de la suculenta miel. Ahora me arrepiento de no haber prestado más atención a sus explicaciones y haber aprendido algo más de la «sociedad abejil». Sí, esa comunidad que se organiza para trabajar y cooperar, que tienen claro su objetivo, que tienen una vida estructurada y que sigue siendo un enigma para muchos de nosotros. Me imagino qué pensará la Abeja Reina de un panel si escucha las noticias de un día cualquiera en nuestra sociedad «no-abejil» donde tenemos otro tipo de orden, otros criterios y sobre todo, donde no tenemos un objetivo concreto de trabajo colaborativo y solidario.
Aquellos ojos, aquella mirada de Ana a una pantalla improvisada en su pueblo, era la misma que he visto en otras ocasiones: la ternura, las ganas de saber, la determinación e inocencia a la par. Sí, Frankenstein le impresionó. Y recordaba mis tardes de infancia con mis miedos y mis fantasmas. Y pensaba en los otros Frankenstein que amenazan ahora a la generación de niños y niñas que serán la nueva «sociedad abejil» del futuro. Pandemias, guerras, huidas, maltratos, exigencias, falta de tiempo, otras pandemias, móviles... El Frankenstein de Ana, le llevó a buscar una realidad que no existía. Pero en esta etapa de la vida, la realidad no se confunde con la ficción. Es real en muchos planos de nuestra vida, y los otros miedos son ahora parte de una generación que quedará marcada para siempre.
Nuestra Castilla, nuestro mundo, nuestra sociedad «no-abejil», la vida y la otra p. vida. Así son las cosas aquí y allá, mirados con los ojos de una niña, que no quiere dejar de vivir el momento, de conocer y aprender. Quizá ahí radica el espíritu de la colmena: el no rendirse, el saber que todos formamos una estructura social, una cooperativa de acción y reacción, un sueño, una ilusión. Ahora ya sé cuál es su secreto, no dejar nunca de soñar y de creer. ¡Bienvenido Diciembre!