Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Límites de la democracia

07/06/2022

El mundo está cambiando. Los países no democráticos lo están cambiando con la aquiescencia silente primero, complaciente, y ahora con el rostro tornado en cierta preocupación de todos. No solo es Rusia y la guerra cruel y bárbara que tres meses y medio después solo deja un panorama de desolación y devastación. Sabe y era sabedor de la impotencia del resto ante la amenaza nuclear y que la guerra escalase a un punto de no retorno. Esa es la vergüenza de todos, la misma que consintió y calló todo al tirano desde el principio mientras las bombas y la destrucción solo ocurría intramuros de la vieja Rusia. 
Las amenazas a la paz son múltiples. Pero máxime ante el no hacer y proactividad de las democracias. Hoy están amenazadas. Naciones Unidas ha quedado absolutamente orillada. Una vez más. Hecha la guerra, devuelta la bofetada de ninguneo a un organismo desdibujado y donde la escuadra y cartabón de 1945 ya no son válidas, no para este conflicto ni para tantos y tantos donde los vetos ahogan toda respuesta, amén del no reparto de fondos.
La amenaza del Sahel sigue ahí, latente, persistente. Activada. En nuestra frontera sur. La frontera sur de una Europa que jugó demasiado tiempo a la indiferencia que otorga la abundancia y el no querer saber o simplemente ser condescendiente con dádivas de ida y vuelta mientras por intereses económicos se ayuda a atornillarse en el poder a auténticos tiranos y sátrapas. De este pecado occidente tiene un máster con honores pero muchas desvergüenza a lo largo de los dos últimos siglos. 
Ucrania ve como poco a poco se va desgajando la euforia de una pesadilla irreal y cruenta a la vez. Es consciente que está sola. Más allá de cientos de comparecencias en parlamentos, gobiernos, actos y premios de su presidente, la hora de la verdad la miden con ayuda militar y asesoramiento, frente a frente ante una maquinaria rusa mal preparada pero con un vómito de fuego y destrucción brutal. Ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo está siendo arrasado. Miles de muertes. Ejecuciones. Asesinatos. Pillaje, destrucción y crueldad sin límites. La prueba última es ya el cansancio para el descreído Occidente y Europa donde ya no abre titulares ni periódicos, ni espacios televisivos. Nos hemos cansado de la guerra, de sus imágenes. Les hemos dejado solos. O tal vez, nuestra hipocresía, amén de la solidaridad necesaria y real, de acoger a millones de ucranianos y darles ayuda, solo llega hasta ahí. Sin cruzar otras fronteras. Mientras el gas y el petróleo ruso se siguen vendiendo, comprando y surtiendo la industria más poderosa de Europa. 
Cómplices de tantos silencios e intereses cruzados solo el futuro es el consuelo primero para Ucrania y luego para los países aledaños, eso y la creencia de que la democracia y la libertad a la larga vencerán, sin que, en cambio, nos atrevamos a pensar en la cifra de muertes, destrucción, etc., mientras afinamos el bolígrafo que firme la chequera de la reconstrucción. Aquí paz y después gloria. La gloria del cinismo y los hipócritas del silencio. 
Malos tiempos para una democracia que ni siquiera es capaz de saber que los límites han sido quebrados. También los nuestros.