Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Háganselo mirar

15/12/2021

España tiende a una creciente fragmentación parlamentaria. Así lo avanzan ya las nuevas encuestas electorales. Lejos de ser una buena noticia, uno piensa que esto añadirá mayor problema a la gobernanza de un país en el que cada vez prevale más el interés local que el general.
Lo estamos viendo con la tontería de Esquerra Republicana y su portavoz en el Congreso, Gabriel Rufián, al querer imponer una cuota de lenguas cooficiales a las plataformas audiovisuales. Otro ejemplo más de que tenemos en la Cámara Baja sentados a personajes que debieron hacer novillos en la clase de matemáticas y de economía elemental, porque es un asunto fuera de lugar cuando las grandes compañías, caso de Netflix o HBO, producirán en el idioma que les venga en gana en función de su rentabilidad comercial y punto.
Esa mayor fragmentación que auguran los sondeos no deja de ser un claro síntoma de que las exigencias locales (disfrazadas de un nacionalismo rancio en territorios como Cataluña) también se extienden por el resto del país, aunque sea con otros propósitos bien diferentes. Ahí está, como ejemplo o prueba del algodón, ese incipiente debate en torno a las posibles nuevas marcas electorales amparadas en lo que erróneamente se denomina la España Vaciada (que yo sepa en esas provincias que todos conocemos vive gente, aunque su número interese bien poco a las grandes.
Ni unos ni otros parecen darse cuenta de que este tipo de políticas de ombligo lo único que van a producir es que salgan por piernas los grandes proyectos empresariales, que buscan siempre seguridad jurídica y paz social y rehuyen de escenarios marcados por la cortedad de miras de sus responsables públicos.
Imagino a esos minúsculos partidos con altavoz parlamentario debatir, pongamos por caso, sobre las medidas anti pandemia, arrimando el ascua a su terruño sin pensar en el vecino. Que cada uno se apañe como pueda.
No es cuestión de desanimar a ningún lector, pero este país es muy dado a crear problemas donde no los hay y a tratar de arreglar aquello que no está estropeado. Y seamos claros, en esta deriva mucho tienen que ver también los grandes partidos de Estado, enzarzados habitualmente en una especie de política abstracta, de consumo propio y lenguaje ególatra, relegando la capacidad de propuestas que resuelvan lo que realmente preocupa a los ciudadanos. Eso apuntala a los extremos, no lo olviden y háganselo mirar.