José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Lo que hay que tener

10/12/2021

Cuentan que, en el siglo XIII, invadida Palestina por los mamelucos, una cohorte de ángeles llevó la Santa Casa de la Virgen María por los aires hasta Dalmacia para protegerla. Unos años después repitieron el vuelo, cruzando al otro lado del Adriático a un lugar de Italia poblado de laureles, donde un diez de diciembre apareció la Santa Morada ante los fieles allí reunidos, no conscientes de estar pisando el primer aeropuerto de la humanidad. Porque no en vano en 1920 Benedicto XV eligió a aquella advocación mariana que hoy celebramos, Nuestra Señora del Loreto (lauretum), como patrona de los aeronautas.
Para aquellos más dados a lo documentado y ajeno a las especulaciones que las lagunas de la Historia y la necesidad de propagar la fe proporcionan, el viernes que viene se cumplen 118 años desde que en una llanura cerca de Kitty Hawk, Carolina del Norte, Orville y Wilbur Wright lograsen por vez primera que un aparato autopropulsado mecánicamente elevase a un ser humano por el aire.
Entre los dos viernes, estimados tres lectores, me he quedado con este para loar nuestro anhelo de alzarnos sobre la triste bolita de fango que moramos, y que en poco más de un siglo ha pasado de sueño a la más normal de las realidades. Pocas veces se ha podido asistir en directo a una revolución tamaña en la forma de transporte y que haya impactado tanto en nuestra forma de vida. A ese primer vuelo —fueron cuatro, dos por cada hermano— de apenas unos 37 metros a escasos pies del suelo durante 12 segundos le siguieron muchos hitos de la historia de la aviación, con pioneros rompiendo récords, límites y fronteras como Lindbergh, Amelia Earhart o esos locos vuelos postales de Saint-Exupéry cruzando los Andes.
Si me tengo que quedar con alguno de estos precursores, quizás mi favorito sea Chuck Yeager, fallecido el 7 de diciembre del 2020. Dedicado durante años a destrozar récords de altitud o velocidad, su vida y la de muchos de sus compañeros fue descrita magistralmente por Tom Wolfe en un famoso libro que dio paso a película homónima. En aquellos tiempos las traducciones creativas dieron en llamarlo en castellano «Elegidos para la gloria», que poco o nada que ver con el «The right stuff» original y que humildemente creo mejor reflejado en el titular de mi columna. Yeager fue el primer hombre en romper la barrera del sonido o en subir a los 64 000 pies de altitud, casi 20 000 kms. Su generación buscó los límites de los vuelos a reacción, ayudando a los astronautas futuros con la nueva frontera que iban a traspasar. Él fue el principal entrenador de la primera hornada de pilotos espaciales; el hecho de no poseer más que educación secundaria le dejó fuera de ser uno de ellos, mereciéndolo más que nadie.
Espero que surja un nuevo Yeager que sepa formar y desbrozar nuevos caminos. Los próximos años vamos a necesitar una generación que tenga lo que hay que tener, pues serán los elegidos para la gloria de llevar a nuestra especie a otros planetas. No sé si en brazos de los ángeles o más bien de los cohetes Raptor de un Starship, en un SLS de la NASA, en un futuro Larga Marcha chino o en un Ariane europeo. Pero siempre volando, igual que las gaviotas, como decía Alberto Cortez.