Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


¡Atención plena!

13/05/2022

Uno de los objetivos que se proponen muchos caminos de meditación es el de la atención plena. A veces se habla de ello como si se tratase de algo nuevo y original, cuando tras ese ejercicio se encuentra una tradición milenaria que ha estado presente en muchos contextos culturales y religiosos. Una atención plena que, en el fondo, es una invitación a vivir con intensidad el presente, desligándonos de los condicionantes del pasado y de los temores o expectativas irreales de un futuro incierto, aunque soñado y deseado. 
Sin duda, prestar atención al momento presente, en sí mismo, ya es un ejercicio sumamente positivo, que nos hace vivir con mayor plenitud y conciencia lo que tenemos entre manos, lo que nos rodea y lo que puede enriquecernos. Es una manera sencilla de aprender a gozar y saborear tantos fenómenos como a cada instante nos rodean y nos invitan a vivir de otra manera, menos complicada, más profunda y liberadora.
Nuestros místicos, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, son maestros en el ejercicio cotidiano de este arte de vida. Y particularmente sobresale el Doctor Fontivereño, por su especial sensibilidad estética y su capacidad de asombro y contemplación. Ahora, cuando ya la primavera comienza a envolvernos con su embrujo deslumbrante, surgen espontáneos esos versos del Cántico Espiritual de Juan de la Cruz. Especialmente esa estrofa en la que contemplamos al poeta gozándose de la belleza que la misma naturaleza nos regala: 
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado. 
Son versos que evocan una profunda admiración ante el despertar de la naturaleza, cuando los árboles comienzan a vestirse con sus incontables hojas, cuando los campos comienzan a germinar en múltiples colores. Basta con abrir los ojos, con darse un paseo por alguno de los parques de la ciudad, o salir al campo. Si uno lo hace con esa actitud interior de dejarse hablar, constata y percibe la infinidad de colores y matices, de sonidos y melodías que lo envuelven a uno y le llevan a gozarse de un presente cargado de belleza y positividad. Y si en ese ejercicio de hacerse presente, uno comienza a identificar cada color, cada sonido, cada textura, el espíritu se va colmando de emociones que lo absorben en un presente de eternidad. 
Quizás sea la primavera la voz más nítida de la naturaleza que nos invita a la atención plena, a aprender a disfrutar del instante, a percibirlo en su belleza y extrañeza, a no dejarnos atrapar simplemente por otras realidades que nos condicionan tanto en nuestro modo y manera de vivir y gozar el instante.
La actitud contemplativa que nos enseña Juan de la Cruz no tiene nada que ver con huir de la realidad para trasladarnos a un paraíso paralelo, sino de imbuirnos en la hermosura que está aconteciendo de infinidad de formas en el instante presente. No sólo la mirada hacia afuera, sino la percepción de la belleza que uno lleva dentro y que, por desgracia, tantas veces ignoramos o no percibimos. O lo grande y bello que hay en cada ser humano, al que habitualmente nos hemos acostumbrado a mirar solo en base a categorías de poder, de interés, o de afinidad. Actitudes que nos impiden ver más allá de lo aparente.
La vida puede renovarse a cada instante si aprendemos a mirar. La monotonía de la cotidianidad se vería vestida de millones de colores y matices que harían de nuestro presente un lugar de gratas sorpresas y alegría.
El mismo Juan de la Cruz, consciente de toda esa riqueza que trasciende lo superficial, le cede la palabra a todo lo creado para que exprese el fulgor de lo que quiere transmitir, como una invitación renovada a vivir la plenitud del momento, del instante:
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando, 
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.