José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Panem et circensis

14/10/2022

Juvenal fue un poeta romano de hace unos mil novecientos años que le dio duro a un género que, amables tres lectores, me encandila: la sátira. De las pocas armas que nos quedan a los humildes frente a los poderosos, mil veces mejor que sesudos artículos o diatribas. Autor de otras muchas expresiones, como la famosa «mens sana in corpore sano», en una de sus «Sátiras» se encuentra la que hoy encabeza mi columna, «pan y circo». Era la concisa forma con la que Juvenal criticaba lo que llevaba siglos sucediendo en Roma: la apatía de los gobernados frente al recurso de los gobernantes para controlarlos; pan —no en sentido metafórico, se repartían millones de hogazas— y circo, entretenimiento. El pueblo, aborregado, desconectado de la realidad política, solo se contentaba con el placer inmediato y la satisfacción de sus más básicos instintos. La expresión la retomarían los ilustrados del XVIII como «pan y toros», rechazando esa España de cerrado y sacristía que luego retrató Machado. Y en tiempos de Franco la televisión perfeccionó la cosa: los toros, partidos de fútbol o el boxeo como distracciones para aplacar la conflictividad social. Pan no, que solo había sopa boba.
Estamos en plenas fiestas en honor a Santa Teresa. Ya les confesé hace unos meses que mi entusiasmo por el abuso que a veces hacemos en Ávila de su figura admite infinito margen de mejora. Pero reconozco que no puedo criticar su fiesta, se me vienen encima décadas de recuerdos: esperpénticos gigantones y cabezudos; serios próceres tras la imagen a hombros, escoltada por sus cofradías; la ofrenda floral, más un dejarse ver que un ofrecer, pero en la que todos hemos participado; la feria –todavía sigo diciendo «caballitos»– en el antiguo estadio de San Antonio; los globos; los fuegos artificiales; el frío. Todo pueblo en cualquier lugar del mundo necesita parar, mirar atrás y celebrar, siquiera sea seguir vivos. Mantener las tradiciones permite dialogar con nuestros antepasados y dejar una carta a nuestros nietos. Disfrutemos pues de la fiesta, que tendría que haber sido el 4 de octubre –día del fallecimiento– y no el 15, lo que nos ganaría 11 días en el complejo tiempo otoñal.
Pero en estos saraos, además de las tradiciones lúdicas y religiosas, siempre se añaden otras cosas en pro del «y yo más». Cierta obsesión por envolver todo en conciertos y espectáculos, más vatios, más lúmenes, más público, más toros que nadie. Ser el que más pan reparta. Conseguir mejores juegos que el emperador anterior, dejar el listón alto para el que venga. La inevitable tentación de seguir usando el pan y el circo como elementos de gobierno. Y no estoy seguro de que los ciudadanos hayamos conseguido escapar al influjo fácil de la caloría y el divertimento a lo largo de estos casi dos milenios, como criticó el poeta romano, y si sabemos diferenciar lo esencial de lo accesorio, la fiesta de la farra. Si no lo hacemos, estamos olvidando nuestra responsabilidad, porque se supone que hemos elegido a gente para que vigile el buen funcionamiento de lo público, y me parece que aplica otra de las famosas expresiones de Juvenal: «Quis custodiet ipsos custodes». ¿Quién vigila a los vigilantes? Nosotros, creo que no.