Hacía años que Martín Prieto no volvía a la finca en la que ha trabajado «toda la vida», pero nos guía por sus caminos como si ayer mismo hubiera estado allí «cavando la huerta». A sus noventa años y pese a las dificultades que tiene para moverse, no puede evitar agacharse a coger unas setas de cardo que asoman en el suelo. «Si siguiera yo trabajando aquí estas setas no estarían», comenta, sonriente, mientras apunta con la mano hacia una ladera cercana: «Allí salen muchísimas, cuando iba a setas enseguida llenaba mi talega», revela. Él conoce el lugar como la palma de su mano porque durante treinta años se ganó el pan empleado en Castronuevo, la finca propiedad de la Casa de Alba ubicada en el término municipal de Rivilla de Barajas, que ha abierto sus puertas a un equipo de este diario de forma excepcional.
Como no podía ser de otro modo estando situada en plena llanura morañega, Castronuevo es una finca agropecuaria en la que sobre todo se cultiva «cereal de secano», además de «leguminosas y forraje para el ganado», detalla David Díaz, alcalde del municipio, que nos acompaña en este recorrido por la finca abulense de la Casa de Alba cuyo emblema es el castillo del mismo nombre. No muy lejos de esa gran fortaleza que el duque de Alba adquirió allá por el año 1489 pasta un rebaño de ovejas. «En la finca también se cría ganado ovino y vacuno de carne», añade el regidor.
Con una extensión de 1.700 hectáreas, en esta finca que la Casa de Alba posee desde hace más de cinco siglos en la provincia de Ávila los terrenos de cultivo conviven hoy con el paisaje típico de la dehesa: un encinar centenario salpicado de lagunas naturales repletas de patos salvajes. Una parte de la finca, de hecho, está reservada a la caza. «Aquí vino el rey don Juan Carlos varias veces a cazar», apostilla Díaz.
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