Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Vencejos

23/04/2022

Esta semana han vuelto los vencejos y con ellos el aleteo de la primavera a la memoria. Da igual que las nieves tardías hayan invadido la esperanza de los soles templados, es indiferente si lluvias torrenciales caen en frialdad durante días, porque los vencejos han llegado con un nuevo latir de vidas escogidas, de nidos inquietos, de vuelos a ras sobre las horas del atardecer.
Y vuelven sin prisas y sin excesivas efusiones, vuelven como si nunca se hubieran despedido en el otoño antiguo. Durante nueve meses se han mantenido en espera callada, apenas sin posarse, pero llegar aquí es aterrizar en lo que deben, en el cuidado arrullador de sus niditos, sintiendo que la verticalidad de las paredes que acogen a sus hijos nunca es un desafío, sino una oportunidad  última de agarrarse con fuerza a lo que aman.
Los vencejos no duermen casi nunca, o duermen en el aire, como un avión con piloto automático que atraviesa cielos y continentes y parece un milagro, pero no es más que quietud y la perfecta dosis de técnica, prodigio y despreocupación. Agotan sus alas en días con sus noches, sin parada ninguna, pero por fin, una fuerza mayor, les obliga a bajarse de sus aires, a reforzar el nido de años anteriores, a templar los latidos, a esperar, a cultivar paciencia y atenciones porque vendrán los nuevos, los que se sobrepondrán a su cansancio, los que están aún en el limbo pero casi en la tierra.  
Cerca de los vencejos se aprenden muchas cosas, se aprende a no chocar contra los que sin cuidado ninguno arremeten en desalmada búsqueda de algo; se aprende también a estar próximo a lo que te protege, pero no tan cerquísima como para que se ponga en peligro la propia integridad; se aprende que la fidelidad es buena en algunos momentos y que es mejor envejecer al lado de aquellos a quien  amas y conoces y sobre todo de los que te conocen y te aman; se aprende a valorar el tener un hogar al que tornar si te has equivocado, o si lo has hecho bien, volver a las raíces, a lo que fuiste antes, sirve para trazar senderos que dan veracidad a lo que venga. Los vencejos enseñan a coger en el aire lo que necesitas, a ser arrollador para estar bien, a reconocer que un punto de egoísmo, en una escala mínima, es necesario para que no acabe contigo o te aniquile la impetuosa realidad de lo que te rodea. Enseñan que es posible hacer un viaje largo y que tenga retorno a pesar de las dificultades.
Desde hace muchos años los vencejos me anuncian que hay vida real tras el invierno despiadado. Ver el espectáculo de bailes tan intensos de cientos de ellos, recortando su silueta afilada y sensible contra la muralla del Paseo del Rastro en los atardeceres endiosados de abril o en los amaneceres brumosos del verano, me hace reconciliar con las horas oscuras. No existe ruido, solo solemnidad, no existe desasosiego ante ese movimiento, solo serenidad. Será que los inicios siempre te renuevan, te hacen estar estrenado instantes que guardar para poder describirlos luego y que parezca que el tiempo no ha ocurrido.
 

ARCHIVADO EN: Paseo del Rastro