Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


Desde que vivo en el número 15

04/10/2022

Yo, que acostumbraba a rumiar depresiones con un gofre con chocolate del puesto de Juana el último día de las fiestas del pueblo; que me escandalizaba prologando octubre viendo fotos del verano recostado sobre el cabecero de la cama cual jubilado aprensivo que memoriza los obituarios de sus amigos en periódicos de provincia caducados, me sorprendí este año cuando ese mismo día, con ese gofre con chocolate que le quedaba en el puesto a Juana el último día de fiestas, abrí Youtube haciendo zapping de apps y me salió en portada un vídeo de Fede Valverde surcando los mares de los campos de mi Españita. 
Resulta que el Madrid había ganado 1-2 al Atleti tres días antes en el Metropolitano, pero no eran mis ganas por encontrar un resumen al uso de aquel derbi lo que me llamó la atención para clicar con el pulgar la pantalla, sino el título elegido por el autor del video: 'Federico Valverde is a monster'. Por definición, todas las imágenes que contenía esa pieza eran un chorro de lujuria futbolística. La joya salida de las faldas del Castilla, amamantada por el Peñarol y con el primer trienio de alternativa recién cumplido en el equipo de Chamartín con dos ligas y una Champions bajo el brazo desde su vuelta del erasmus coruñés, pervertía con zambombazos, calidad y velocidad esos ocho minutos y once segundos de vídeo que lograron ocultar por primera vez en mi historia el dramatismo post fiestas que desolado me inducía año a año hacia el puesto de Juana a por ese gofre con chocolate.
Desde aquella tarjeta roja divina e inevitable por segar a Morata en la final de la Supercopa 2020, vivo en Valverde. En ese botija número 15 que soñaba conquistar Europa allende los mares pateando una pelota desde una cancha embarrada de Montevideo para así, en un futuro no muy lejano, colgarle a su madre un recuerdo de cada azulejo. Desde entonces no lo idealizo como el centrocampista perfecto ni anhelo la versión exprimida de Kroos, Casemiro y Modric en sus espigadas hechuras charrúas. Me limito a quererlo como «el chico este que corre mucho y la pega... ¡Cómo la pega!», que dirá el abuelo merengón del abajo firmante esbozando una sonrisa socarrona desde ahí arriba.