José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Tradiciones

08/04/2022

Una legión de fieles entusiastas persigue a Brian, confundido con el Mesías, que en su huida pierde una sandalia. Uno de los adoradores la levanta y, tomando esto por un acto sagrado de su líder, toda la muchedumbre se quita también una y sigue la carrera con un pie descalzo. Una de las grandes escenas, estimados tres lectores, de la película «La vida de Brian», que da pie hoy a mi reflexión: en qué momento lo cotidiano pasa a ser tradición, trasciende su original intención. Realizamos diariamente miles de inocentes acciones: conducir, sacar dinero del cajero, cultivar la tierra, hacer cola en el súper, ir al cine, dar un paseo por el Grande. En casi todas ellas nos hemos adaptado a los tiempos y elegimos comodidad y eficacia frente a estética o sentimientos. Nadie pretende que los agricultores sigan labrando con un arado romano, ni que contemplemos sainetes en un corral de comedias. Usamos los más modernos tractores guiados por GPS y vemos en plataformas o en cines 3D contenidos digitales.
Pero el estar y el ir, el ying y el yang encerrados en nuestros genes, nos han conducido a lo que, para bien o para mal, hemos llegado a ser en esta pirámide de la evolución. Lucha en nuestras mentes la pulsión por subsistir a resguardo y a la vez explorar; somos conservadores a la par que nos pica el gusanillo de arriesgar. Crecemos, progresamos, inventamos, pero también nos cobijamos en el pasado atemporal. No solo en lo eclesial, no todo lo religioso es tradición, ni todas las tradiciones se cimientan en la creencia. Pero sí todas conllevan liturgia —que me lo digan a mí, taurino que soy— que a veces deviene en superstición.
Comienza la semana más plagada de tradiciones, el calendario se congela, la ciudad no sorprendería a mis tatarabuelos. Procesiones, imaginería, olores, música. Tradición en cada paso. Tallas, cornetas, cera de velas —anda la electricidad como para innovar—; una expresión de fe de hace 400 años, inmutable. De no ser así, podría imaginármela ahora por TikTok, con realidad aumentada por 5G, vírgenes robóticas, controladas por ordenador, los pasos levitando por inducción magnética. ¡Ah, y con «videomappings», claro! ¿La Pasión en el Metaverso? ¿Por qué no?
Pero también en estos días de Pascua hay progreso, como la iniciativa para acercarla a personas con discapacidad que estrenan Ayuntamiento y Junta de Semana Santa. Y por supuesto lo hay en su promoción. Que es contradicción interesante, cómo lograr convertir un hecho de fe en un reclamo turístico, y tratar de conjugar plenamente ambas cosas, la religiosidad plena, el homenaje a su expresión pasada, y la necesidad de ser atractivos en un mercado donde el consumidor lo que quiere es nuevas experiencias aparentemente —que no necesariamente— «auténticas».
No me verán mucho por las procesiones o los monumentos esta semana. Es mi culpa, seguro, pero no les encuentro el punto, y prefiero respetar a los que sí —deseo que todo vaya genial a los cofrades que tanto esfuerzo han invertido— antes que convertirme en un espectador ajeno. Yo, si me lo permiten, me daré estos días a mi particular tradición: volver a ver por enésima vez la maravillosa película de Monty Python con la que empecé el artículo.