Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Semana Santa en Ávila

13/04/2022

Cuando aquí, en Santander, donde estoy escribiendo este artículo, sopla viento sur, es porque en Castilla está lloviendo. Hoy hay un temporal, no muy fuerte; así que imagino que cerca de casa, siguen corriendo los ríos, que el Adaja baja de la sierra con fuerza y el río Chico se atiene a su condición y se comporta como casi siempre por primavera. Son señales de que todo el país está conectado por noticias antiguas que son costumbres viejas. Noticias que superan fronteras naturales muy poderosas, como la cadena montañosa que tengo delante ahora, más allá de la bahía. Aunque pasemos por la vida cada uno con nuestras viejas costumbres. En las calles de Castilla y en las de Ávila en particular, estarán los penitentes preparando sus hábitos, las cofradías dando los toques de última hora y despejando calles para esta tarde. Las calles parecen pedirlo también cada primavera. En Santander no existe una tradición tan extensa como allá de salir a la calle a penitenciar. Quizá sea el clima o una particular forma de ser. Hay procesiones, por lo general de breve recorrido. Pero en estas calles decimonónicas, más hechas al viento y el paseo que las ciudades históricas, parecen pasar con cierta discreción, algo escondidas entre los turistas que vienen a otra cosa. El sonido de bandas ni de tambores se limita a dos o tres calles. Las torrijas, por estos pagos, se toman en Navidad y la sangría sigue siendo cosa de los turistas ingleses que llegan en el Ferry. No quiere decir que no se viva la religiosidad del tiempo de Cuaresma y de Pascua. En absoluto. Pero no hay el gran patrimonio escultórico de Castilla, ni el espacio para recogerse, ni el eco de los tambores contra la piedra. Cuando uno era pequeño, en Ávila las procesiones eran algo tristes y pequeñas. Apenas había penitentes salvo en dos o tres cofradías. La música –lo recuerdo bien– sonaba en algún caso desde algún radiocasette escondido en cualquier lugar de un paso. No había costaleros casi. La mayor parte de los carruajes funcionaban con algún motorcillo o un par de personas tirando de una instalación de hierros y ruedas de goma que asomaban bajo las faldillas, casi siempre los mismos. Eran breves también en su duración y comenzaban el Miércoles Santo. Era una fiesta religiosa en crisis, como lo tantas cosas en los 80. Crisis económica, crisis religiosa, crisis política... Pero, en esa humildad, que no tenía nada de malo y que, en su sencillez y escasa estética prolongaba la historia de Cofradías centenarias, sobrevivió también la actual Semana Santa. Estas fiestas demuestran que España sigue teniendo un carácter de país católico. Quizá católicos haya menos que en otros tiempos, pero los intentos de laicificarlo todo han demostrado ser infructuosos. Es verdad –todos conocemos casos– que muchos penitentes actúan en estas fechas más por una motivación folclórica que espiritual, por una cuestión de tradición que, en sí, también es meritoria y digna. Pero la Semana Santa sigue siendo lo que ha sido siempre, una celebración religiosa. Si la Navidad se ha podido llevar a un territorio familiar y aséptico, con la Semana Santa es más complejo. No se pueden sustituir las imágenes de la pasión por un árbol laico ni es posible cambiar la liturgia del tiempo por una fórmula festiva. En resumen; hay no católicos participando sin problemas en una celebración católica. Es verdad que luego todo ha ido cambiando: ni se acostumbra a tomar ya el potaje con bacalao de los viernes de cuaresma; ni se come tanto hornazo, ni las vacaciones se pasan en los lugares tradicionales, ni la muchos de quienes vivían el fervor de la Semana Santa siguen manteniéndolo. Pero se ha mantenido una celebración que estuvo a punto de desaparecer engullida por los tiempos. Y no ha sido así cuando bien podría haber sido. Hoy veremos la procesión y nos acordaremos de las tres de allí: de los costaleros de la Virgen de La Estrella, de Jesús de Medinacelli y de María Magdalena.