Un año después de la guerra, Ávila es hogar de 144 ucranianos

E.Carretero
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Tras la acogida inicial, ahora el objetivo de Cruz Roja es que estos refugiados encuentren vivienda y trabajo

Un año después de la guerra, Ávila es hogar de 144 ucranianos

La vida de Olga Onopriienko cambió en la madrugada del 24 de febrero. El sonido de las bombas sobre Kharkiv, la ciudad donde vivía, no solo la despertó sino que fue el detonante del viaje que poco después emprendió junto a su hijo Kyrylo, que entonces tenía 8 años, y otros nueve compatriotas y que tras recorrer Eslovaquia, República Checa, Austria, Suiza y Francia tenía como destino nuestro país. Las  primeras semanas tras huir de Ucrania los pasó en la localidad catalana de Castelldefels y en junio llegó a Ávila, donde gracias a la ayuda de Cruz Roja encontró vivienda y está aprendiendo a hablar castellano, idioma en el que ya se maneja con bastante fluidez. Olga es una de los 144 ucranianos que, según datos del INE, se empadronaron  en la provincia de Ávila a lo largo del pasado año, la mayoría de ellos menores de edad. De hecho, de los ucranianos que huyendo de la guerra llegaron en 2022 a nuestra provincia, 98 están escolarizados, 40 se han afiliado a la Seguridad Social y 16 están en paro. 

Buscando empleo, de hecho, se encuentra Olga, profesora titulada de inglés que en su país trabajaba como gerente y administrativa de una cadena internacional de hipermercados. También buscando trabajo está Kristina Baieva, que llegó a Ávila en abril del pasado año huyendo también de la guerra de Ucrania junto a sus hijos Alina y Stanislav, de 15 y 11 años, respectivamente.  

Y es que, un año después de que Rusia comenzara su ofensiva contra Ucrania, para los ucranianos que se establecieron en nuestro país el objetivo ahora es ser conseguir un empleo y acceder a una vivienda independiente. No en vano, en un primer momento, los ucranianos que llegaron a nuestra provincia estuvieron alojados en el centro de los Padres Paules, cedido para este fin por Cáritas Diocesana, y en el albergue de Cebreros, por el Ayuntamiento de esta localidad, que es donde estuvieron Kristina y sus hijos, si bien más adelante algunas personas se trasladaron a establecimientos hosteleros de la capital abulense. En estos tres recursos (residencia, albergue y hoteles) Cruz Roja Ávila ha prestado durante el último año atención integral a 165 personas de las cuales 50 eran menores de edad y todo ello dentro de una atención incluida en el Programa de Declaración de Emergencia Crisis Ucrania del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Entonces el objetivo fue ofrecer una solución habitacional y manutención, así como facilitarles formación para aprender castellano (gracias a clases impartidas en el Centro de Educación de Adultos y la Escuela Oficial de Idiomas) y ayuda para conocimiento del entorno. También asesoramiento legal y apoyo psicológico. 

Tras el fin de la situación de emergencia, que tuvo lugar en septiembre, como apunta Beatriz Vaquero, responsable de los programas de Refugiados de Cruz Roja,  ahora todos los esfuerzos se centraron en que estos refugiados  consigan «empleo y vivienda». 

Los refugiados ucranianos, cuenta Vaquero, tienen permiso de residencia y trabajo gracias a la protección temporal que en su día les otorgó la Unión Europea, con lo que una vez comienzan a desenvolverse en castellano pueden incorporarse al mercado laboral sin ningún tipo de problema legal. 

A día de hoy, de los 165 refugiados que durante el último año ha atendido Cruz Roja en Ávila aún 29 personas, entre ellas varios niños y niñas, continúan en el sistema de acogida del Ministerio de Inclusión. De ellos, 21 están en una vivienda alquilada y 8, en centros de acogida, situación en la que se encuentran Olga y su hijo. 

La atención prestada durante este tiempo por Cruz Roja Ávila a los refugiados ucranianos ha sido posible, apunta Vaquero, gracias al trabajo técnico de un equipo compuesto por 20 personas al que hay que sumar el esfuerzo realizado por 120 voluntarios que han aportado más de 3.000 horas de su tiempo en impartir esas clases de castellano, acompañar al médico a los ucranianos, atender el servicio de comedor y tareas similares.  

el escollo del idioma. «Busco trabajo en el sector reteil, e-commerce o atención al cliente», detalla Olga los empleos para los que cree estar capacitada. «El idioma es la principal dificultad para encontrar trabajo», reconoce esta ucraniana que justo por ese motivo acude diariamente a clases tanto de francés como de castellano, idioma en el que ya se maneja con sorprendente fluidez. 

Y aunque afirma estar agradecida al trato que tanto ella como su hijo han recibido en esta ciudad, Olga no olvida la situación de su país donde aún tiene muchos amigos y familiares, entre ellos su padre. «Nos comunicamos cada día con él. Le gusta la tierra mucho y trabaja durante el año para tener verduras y frutas. También tiene cabras y eso le ayuda mucho con la comida, pero la situación de seguridad es mala», lamenta al hablar de las consecuencias de la guerra. «Estamos pendientes de lo que pasa allí continuamente. Seguimos cada bomba que cae en nuestras ciudades y conectamos con familia y amigos cada día», cuenta Olga al referirse a lo que para ella sigue siendo una preocupación pese a la tranquilidad que ha encontrado en nuestro país. «La brutalidad y violencia con la que el pueblo ruso se ha vuelto contra el mundo a través de Ucrania es un genocidio, un crimen», asegura esta mujer de intensos ojos azules antes de poner como ejemplo lo que pasa cada día en ciudades como Mariupol, Izum, Bucha o Gostomel. 

«Es muy doloroso ver las noticias», coincide con Olga Kristina Vaieva, que explica que en Kherson, la ciudad donde ella vivía, ya casi no queda nadie. «La ciudad está vacía, casi todos se fueron porque está siendo bombardeada». 

Tanto para una como para otra lo más doloroso de esta situación es ver que un año después de que Rusia atacara su país el conflicto, lejos de haber finalizado, parece tener un final cada vez menos cercano. «Cuando hicimos el viaje a España pensábamos que volveríamos a nuestras casas en unos meses y sin embargo ha pasado casi un año y ya no sabemos qué futuro nos espera», señala con tristeza Kristina que, agradecida por el cariño y la ayuda recibida, pero a su pesar, porque echa de menos su tierra,  desde el pasado abril se ha convertido en una abulense más.