Gonzalo M. González de Vega y Pomar

En mi azotea

Gonzalo M. González de Vega y Pomar


Un «viaje» sin billete de destino

19/03/2022

Tres semanas llevamos siendo testigos, a la distancia, del mucho sufrimiento que están viviendo todos los ucranianos por la invasión -Vladimir Putin lo denomina «operación militar especial»- de su país, a cargo del ejercito ruso. La agresión militar comenzó por la región de Dombás, en la zona este de Ucrania, donde se encuentran las Repúblicas Populares de Lugansk y Donestk, en las que mayoritariamente se habla el idioma ruso, para, como quiso justificar Putin, «proteger a las personas que han sido objeto de abusos, genocidio durante ocho años por parte del régimen de Kiev» a la vez que intentar desmilitarizar y «desnazificar» Ucrania. Ocupación que rápidamente se extendió a todo el país con la entrada de las tropas rusas por otros tres puntos, a pesar de la afirmación hecha por el inquilino del Kremlin de que «no había planes para ocupar el territorio ucraniano y su apoyo al derecho de los pueblos de Ucrania a la autodeterminación». 
Sufrimos, sentados cómodamente en casa, viendo las continuas y tristes imágenes que nos ofrecen las distintas cadenas de televisión o escuchando las informaciones en directo, desde diferentes puntos de la tragedia, de los enviados especiales de las emisoras de radio, pero nuestro dolor no es algo comparado con el que están viviendo los ucranianos. 
Quienes no han podido salir del país y han tomado las armas, voluntaria o involuntariamente, para hacer frente al ejercito invasor, están jorobados al observar cómo las bombas rusas destruyen sus localidades, por la incertidumbre de cuándo y de qué manera acabará la ocupación, por el desconocimiento de la situación en la que se encuentran los familiares que debieron salir huyendo pero, sobre todo, con el lógico miedo en el cuerpo de poder perder la vida defendiendo a Ucrania, al igual que ya ha ocurrido con cientos de sus compañeros y algunos, además, amigos.
Para los millones de mujeres y niños que, con demasiadas penurias y contratiempos, tuvieron que marchar de Ucrania únicamente con lo puesto -muchos con sus mascotas, que no quisieron dejar en medio de la masacre- el sufrimiento es, quizás, aún mayor. A la pena e inseguridad sobre el futuro de esposos, padres, hermanos o hijos adolescentes, que se quedaron para hacer frente a las tropas de Putin, se unen las dudas si volverán a reunirse con ellos y el lugar donde podría tener lugar ese deseado reencuentro. 
Refugiados ucranianos que esperan la ayuda de la Unión Europa. Los Veintisiete sí han dado luz verde a abrirles sus puertas al impulsar la directiva de Protección Temporal -existe desde 2001 pero nunca en otros conflictos como, por ejemplo, el de Siria en 2015 se había activado- con el fin de ofrecer una asistencia rápida y eficaz a las personas que huyen de la guerra de Ucrania. 
Hasta ahora pocos son los refugiados de Ucrania que han llegado a España -algunos a nuestra provincia- y quienes lo consiguieron ha sido gracias a la enorme solidaridad de personas o grupos de amigos voluntarios, entre ellos varios de Ávila, desolados por las calamidades que pasan esas personas al tener que huir. Tras hablar con ucranianos que viven aquí y españoles con relaciones familiares en aquel país se pusieron "manos a la obra" para colaborar e intentar que el sufrimiento sea menor. Unos recogieron de todo lo necesario en estas circunstancias para enviárselo. Otros organizaron convoyes de vehículos repletos de mantas, alimentos no perecederos y medicamentos básicos, para viajar hasta Polonia. En su capital, Varsovia, después de descargar el material en los centros habilitados, recogieron a mujeres y niños dispuestos a venir a España y agradecidos con la solidaridad de estos voluntarios, que les han abierto las puertas para dejar atrás el horror, pero no la pena. 
Es urgente que la Unión Europea acuerde -después de 24 días de invasión- cómo va a distribuir a todos esos ucranianos que buscan amparo y la espera, en campamentos improvisados al aire libre y con bajas temperaturas, se les hace cada día más dura, larga y penosa. También que el Gobierno de España, Comunidades Autónomas, Diputaciones y Ayuntamiento agilicen todos los trámites –no únicamente para los ucranianos que ya viven en nuestro país– y con la colaboración de las ONG's podamos acoger, en los centros que dicen están habilitados para ello, a parte de esas personas obligadas a ser refugiadas y a emprender un «viaje» sin billete de destino.