David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Cosas

09/03/2022

Desde hace tiempo las aerolíneas, las baratas y las clásicas, (si es que en unos años sobrevive alguna) restringen y acotan cada vez más las medidas del equipaje así como el número de bultos que puedes llevar en la mano, en el hombro, entre los dientes, en la cabina o en la bodega. Viajar se ha convertido en un ejercicio de selección, de equilibrismo entre lo que me llevo por si acaso o lo que resultaría completamente prescindible. El viajero es un prestidigitador del volumen, nada por aquí, nada por allá: unas gafas en un zapato y una camiseta enrollada al máximo en el bolsillo externo de la minimaleta. Ejercicios espirituales sobre el tamaño: tal vez me lleve otros zapatos pero me obligo a dejar el jersey gordo. Debo sacrificar una camisa porque habrá que hacer hueco para los libros nuevos que vengan del destino. A la modernidad viajera de restricción en cabina se le añaden, además, los naturales requerimientos burocráticos en forma de QR de la era post-covid. Todo sea por el viaje. Ese París, Londres, Nueva York o Roma del fin de semana vale cualquier cortapisa, cualquier desafío de las autoridades aeroportuarias.

 

No sólo lo visible sino también lo intangible: el espacio libre de nuestros móviles también se va quedando escaso. Parece una metáfora del universo exterior. Dicen que el mundo se va reduciendo, que las distancias hoy no son distancias y que todo está al alcance de la mano. Por eso hay cada vez menos espacio y proliferan los filósofos de la nadería, los antimaterialistas que abogan por el fin de los objetos. Son personajes extraños venidos de países asiáticos, como el virus, y que hablan y escriben de manera muy rimbombante y con aura mística. Primero fue la tal Mari Kondo y su obsesión por el minimalismo casero. Después, en un salto hacia adelante una caterva de neofilósofos que nos amonestan cada día porque tengamos cosas y nos gusten las cosas. Por si fuera poco prescindir de un jersey o de una camisa en la maleta, llegan estos Savonarolas de lo inmediato para decirnos que en casa no debemos tener nada. Ha tenido mucho éxito el libro No-cosas de un coreano llamado Byung-Chul Han. Confieso que su lectura es en principio apetecible aunque poco a poco te das cuenta que su palabrería es equiparable a la nata montada que adorna y da solemnidad a un pastel. A uno, que le gustan los libros, los papeles, los discos, los periódicos, los objetos, le da algo de miedo esta repulsión nueva por las cosas. Tiempos modernos.

 

Lo dicho anteriormente no cuenta ni importa nada. Dependiendo del contexto, las cosas no valen nada. En definitiva, no es más que una bagatela, una distracción, un problema menor. Una reciente foto del desastre de Ucrania muestra a una familia muerta por las bombas y, junto a los cuerpos convenientemente tapados por una sábana, una maleta, gris, rígida, de viajero frecuente, que aún sigue en pie. ¿Qué llevaría esa maleta? ¿Qué meterías en una situación de zozobra, miedo, aturdimiento y pánico? Esa maleta no portaba sólo cosas. Llevaba todas nuestras convicciones europeas frente a lo irracional, lo miserable y lo despótico.