José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Canción de otoño

01/10/2021

Paul Verlaine, el poeta francés en cuyo corazón lloraba como llueve sobre la ciudad, dejó escrito: «los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón con monótono cansancio». Con los doscientos azotes asumidos de antemano por mi penosa traducción, su Canción de Otoño, junto con Serrat y su homónima balada, son versos que revisito, ansioso, cada septiembre.
El otoño es viento que se cuela en esa leve rebeca que antaño creímos invencible contra el fresco atardecer agosteño. Es lluvia insistente, grisácea, lejos de la refrescante tormenta veraniega. Hojas volando, pilongas por el suelo del parque, olor a madera en el hogar, a petricor —no sé ustedes, pero es palabro que no recuerdo de mi infancia y que ahora parece imprescindible para recrear la tierra mojada—, a castañas asadas, a guiso de puchero ya olvidado. Amaneceres tardíos y anocheceres que sorprenden rutinas a paso cambiado. Procesión de infantiles carteras, somnolientas caras de oficina, cigüeñas huyendo al sur, espadañas desiertas, escuadrones de vencejos en la muralla. Es sinfonía de rojos, ocres, amarillos, anaranjados, apagados verdes y parduzcas tierras que deslumbran en explosión cromática los escasos días soleados de los veranillos santeros. Engaño empeñado en adueñarse del añil de la mañana, que la araña con uñas de roña y saña, montaña bañada de peñascos, puñal acuñado sin hazañas, paño en que plañir todos los sueños.
Pero el otoño —que supongo habrán descubierto ya mi estación favorita, aunque traiga a mi mente recuerdos, ausencias y calores perdidos— también se me representa con otro símbolo: las colecciones. Cuando voy a comprar la prensa a mi amigo Manolo, en la Estación de Renfe, observo de nuevo, en un alegre sosiego, la calavera hamletiana en amarillento plástico por 1,95 —primera entrega—, preludio del esqueleto del cuerpo humano, ese escorpión atrapado en plexiglás —¿cuántos artrópodos no se habrán sacrificado en este empeño?—, el bloque de pirita en el coleccionable de minerales, las obras de Julio Verne, los grandes temas del jazz o los libros infantiles en los suplementos de la cada vez más escasa prensa nacional. O los domingos en el Grande, junto a Teto —siempre será Teto— intercambiando cromos de la Liga o del éxito televisivo del momento, intentando completar aquel álbum imposible. Porque el otoño es declive inminente y el ser humano se defiende de él recopilando, contando, atesorando. Buscando que el rítmico periodo semanal de las colecciones gane un verano perpetuo y sea el elixir que proteja del inexorable fluir de Cronos. Queremos recoger en anaqueles y archivadores cada una de las bailarinas hojas del árbol de nuestro existir flotando heridas al viento, antes de que toquen el suelo y se pudran, cual si conservarlas entre las hojas de un libro recrease la otrora frondosa copa.
Vuelvo con ustedes, mis fieles tres lectores, sabiendo que las columnas al calor de la lumbre solo serán para ustedes otra colección más —espero que mis violines no los llenen de monótono cansancio—. Eso sí, les garantizo que haré todo lo que esté en mi mano para que concluyan, tras larga travesía invernal, en nuevas primaveras y veranos hasta alcanzar otros ansiados otoños.

ARCHIVADO EN: Suelo, Infancia, Renfe