Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


La (in)moralidad de los políticos

04/03/2022

Y de la derecha y del centro y de los extremos. Todos a una como en Fuenteovejuna.
Los españoles asistimos atónitos –más, todavía más– a lo que nos está sucediendo desde hace varios años. Vemos que España está tocando fondo, que nuestra moralidad se ha derrumbado, que hemos perdido gran parte de nuestros valores y que la vida por delante se nos esfuma.
La conducta de nuestros políticos es moralmente cuestionable –ya lo apuntaba Maquiavelo en 'El príncipe'–, sobre todo porque se ha generalizado el engaño. Y que estos personajes que hemos elegido se han transformado –posiblemente nos habían vendido su otro yo–, no son lo que decían ser. Como señaló el padre de la  Ciencia Política moderna, la inmensa mayoría no ha tenido escrúpulos en ajustar sus intereses a los tiempos que le han tocado vivir.
El gran Groucho Marx dijo: «Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros». Desde la seriedad y la comedia, el paisaje político español hace tiempo que se desmorona. Ya no tenemos horizonte, los atardeceres son muy grises, no brilla el sol y, para colmo, ni llueve. Estamos viviendo una plaga que pretende arrasar con la poca cosecha vivencial que tenemos.
La (in)moralidad del ejercicio político es evidente. No gestionan y viven al margen de la realidad, como ya hemos comentado. Ante lo sucedido en la última semana, volvemos a comprobar cómo nuestros políticos son imberbes recién llegados que juegan a ser importantes. El traje a unos le queda demasiado grande y a otros excesivamente entallado. No vemos a nadie conectar con la calle y demostrar porqué está ejerciendo la política.
Cuando la infamia, la indecencia y la ignominia son los argumentos, cuando la envidia y la venganza es la práctica común, ya confirman que los ciudadanos no somos lo principal para ellos. Es decir, que nos movemos en un mundo político donde los honestos no interesan, donde no podemos confiar en nadie de los que nos representan.
Además, el espectáculo al que asistimos todos los días da vergüenza ajena. Tudanca va a dialogar con Mañueco y le insulta, Sánchez agrede una y mil veces al ya extinto Casado para camuflar las apariencias de sus manejos. Y el nuevo zar del imperio ruso, ante la inacción internacional, pretende pasarse por el arco del triunfo a todos los que no se dejan mangonear. Vemos como desde el más insignificante al más autoritario, todos, absolutamente todos, a nivel regional o internacional solo buscan «su poder».
La persecución se ha convertido en el arma de destrucción personal. La (in)moralidad de la izquierda es un hecho. Se persigue a una persona y se ignora y oculta lo hecho por numerosos personajes de la formación. Ayuso, por no plegarse, se convierte en el chivo expiatorio de los desmanes de su propio partido y de Sánchez, que no deja de aprovechar cualquier ocasión. Los medios hablan de Ayuso y ocultan lo que pasa con la empresa familiar de Sánchez, los negocios de su mujer, de los sindicatos, de lo que hizo el exministro Illa, Ábalos y todo el Gobierno; y hasta en el Ayuntamiento madrileño tenemos que ver a Maestre echando en cara falsedades con el fin de ocultar sus desmanes. Está claro que las palabras significan muchas cosas, en función de quién y cuándo las diga; y los españoles ya no nos creemos nada.
Cuando se habla de corrupción debes tener cuidado para no quemarte al pronunciarla.
Pero ahí se encuentra la clave de la política española: los corruptos siempre son los otros.
Una interesante miniserie de la BBC sobre Vladimir Putin nos lleva a visualizar lo que está ocurriendo en la izquierda (populista) mundial, tanto la visible como la invisible. Cuando en el ejercicio del poder no hay barreras, ni obstáculos que se presenten insalvables, tenemos un problema. Como el de Pablo Iglesias al defender lo que está sucediendo en Ucrania cuando dijo que «llegaba para acabar con la casta y enfrentarse a los poderosos». Claro, a los que no piensan como tú.
Al final, todos vienen a llenarse los bolsillos a costa de los españoles. Y, quienes quieran estar cerca del poder, han de pasar por ventanilla, la que les permite seguir con sus trayectorias pero sin obstaculizar la vida de quienes les mantienen.