Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Demagogia degradada

06/03/2021

Solo escuchen. Simplemente. Eso sí, con una buena dosis anímica dentro de la abulia generalizada. Escuchen lo que dice un político. No importa que sea A, o B o J. Escuchen atentamente siquiera medio minuto. No más. No hace falta. Llega para hacerse una composición real de lugar. No hagan tanto caso a si un rey regularizó o le regularizaron temas fiscales o si sus hijas se vacunaron. Somos españoles.  También del nivel por el que quieren hacernos pasar un tiempo cansino, áspero, grisáceo. Apenas importan las noticias ya sobre la pandemia. Nos hemos acostumbrados a muertes y muertes diarias, pero muchas terrazas siguen abarrotadas. Al menos en el impenitente Madrid.  Todo vale en la ruleta del esperpento político. Todo, absolutamente todo, pero ni siquiera somos capaces de dar una cifra real y creíble de fallecidos por Covid o por no haber recibido tratamientos de sus enfermedades. Verdades? Simplemente no las queremos. Tampoco siquiera las medias verdades y muchas mentiras que solo unos y otros sin recato utilizan como arma.
Falta respeto institucional. No se respetan las instituciones. Ni tampoco se guardan las formas. No interesa. A nadie interesa. Los monotemas no cesan, aunque quizás estos días solo les la irresponsabilidad de nuevo de permitir libertad de movimientos de cara a la semana santa. Claro que no es una semana más, pero la muerte y el virus no distinguen, ni la estampida de las grandes ciudades. Loa a una nueva ola. Lo veremos. Pero estamos hechos de carne y hueso y esto, por mínimo que sea, es un riesgo que preocupa más que el dedicarle medio minuto a algún político. Éstos al final tienen lo que han labrado, desdén. Activa y pasivamente.
Hace seis años solo se hablaba de regeneración. Hoy esa palabra no existe. Tampoco parece importar mucho. El discurso no existe, el debate es una quimera y el cortoplacismo como las políticas clientelares siguen aposentadas en los cenáculos del poder, condenando a la sociedad española ya de por sí sumisa. Promesas al viento, la España subvencionada. A la postre, más miseria, no lo olviden, el cáncer de las subvenciones hace mucho daño, pero este país lame la mano dadivosa un tiempo. Como una vez escuché aun colega, demasiados yonquis de la subvención arruinan un país sin alma ni espíritu de superación.
Las pasiones más viscerales acompañadas de exabruptos y medias verdades o mentiras según se mire, ganan el pulso. Y lo hacen ante la abulia y la indiferencia de una ciudadanía que ha dejado de creer y confiar en sus políticos. También en votar a pies juntillas y fiel una tras otra. Algo ha cambiado. Llegó lo nuevo pero no era tan nuevo salvo en el envoltorio y lo viejo no es capaz de quitarse la costra que arrostra desde hace décadas y la hunde. La gente se ríe de la política, ha aprendido a hacerlo y no tomarse en serio la misma. Lo que es un error y un manto de campo sin puertas para quiénes copen el poder sin control ni explicación de lo que hacen y no hacen. Nadie exige en este erial de impunidades responsabilidad y a lo sumo, de hacerlo, quiénes pasivamente la sufren, creen que, con ella, la electoral, se sustancian todo tipo de responsabilidades. Se sobresaltan y escenifican con las encuestas. Denostan a sus autores e intérpretes, apelan al voto útil o al voto que frene a la extrema derecha metiendo en el saco de esa denominación a todo lo que no sea izquierda. Hace tiempo hablé de democracia degradada, ahora es la demagogia.