El comienzo de 2023 no puede ser más desalentador en materia de violencia de género. Si al cierre de 2022, el Ministerio de Igualdad contabilizaba 49 el número de víctimas de violencia machista, que han dejado 38 huérfanos menores de 18 años, el inicio del nuevo año sigue lamentablemente la estela del anterior, con cuatro casos mortales por esta causa en unos pocos días.

Más allá de los datos, ya de por sí siniestros, la violencia de género es la demostración empírica de una sociedad enferma, en la que cohabitan sujetos caracterizados por una enajenación que sobrepasa todas las barreras del raciocinio. Cómo puede un ser humano arrebatar de esa manera la vida de quien un día ha sido tu pareja o, incluso, lo sigue siendo; quien en muchos casos es, además, la madre de tus propios hijos. Nada justifica un comportamiento de ese calibre tan abyecto, que supone hurgar en las entrañas de seres inocentes, destrozando de por vida el mínimo sosiego necesario a sus familias.

¿Cómo abordar esta extrema perturbación? ¿Hay que endurecer aún más las penas? Atajar este grave problema no se presume sencillo, ya que abordarlo estructuralmente es casi imposible. Solo hay un policía de protección por cada 60 mujeres amenazadas, sin contar las que también lo sufren en silencio por miedo a denunciarlo.

La reunión de todos los agentes implicados a instancias del Ministerio del Interior es la mínima respuesta a este alarmante aumento de los casos de violencia. Pero como suele suceder en demasiadas ocasiones, la determinación y las posibles soluciones llegan con el daño hecho.

Tampoco podemos olvidar que esta lacra nos atañe a todos en su conjunto y esa deseable implicación colectiva en todos los ámbitos significa, igualmente, subir un peldaño en la imprescindible lucha contra la violencia de género. Nadie debería permanecer ajeno.