Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Verano en invierno

21/01/2023

Una fría tarde de invierno Clotilde paseaba por la calle con sus padres. Iban a ver el museo de un pintor valenciano en pleno centro de Madrid. Todos decían que era muy bueno, que en lugares como París, Nueva York o Londres podías encontrar un rinconcito de España si te entraba la morriña gracias a él. Caminaban por una gran avenida cuando, de repente, se toparon con un muro tras el que se intuían árboles. Al cruzar el umbral de la puerta, plantas y fuentes hicieron que olvidara que se encontraba en el centro de la capital, en pleno mes de enero, y se sintiese en algún lugar cálido cerca de la naturaleza. En aquel patio hasta el aire madrileño parecía más ligero.
Tras comprar la entrada, subieron una escalera cubiertas de baldosas y entraron a una gran sala con suelos de madera, paredes rojas y techo de cristal. Clotilde fue mirando los cuadros, despacio, uno a uno. En uno de ellos, su madre le señaló a una mujer muy guapa, vestida de negro, con collar de perlas y con una flor en el pelo.
- Cariño, esa es la mujer del pintor. Se llamaba como tú, Clotilde. La verás en muchos cuadros.
La niña siguió avanzando por la sala. También vio a los hijos del pintor, vestidos de rojo, al propio artista, con un sombrero, unas señoras en un vagón del tren y unas chicas tumbadas sobre el prado verde. Uno de los cuadros mostraba a un joven desnudo con un caballo, saliendo del mar. Era grande y, aún así, no había espacio para la obra completa: la cabeza del caballo estaba cortada. Era hipnótico, cualquiera que lo observase podría quedarse horas contemplándolo, pues al mirarlo uno se sentía en la playa, pisando arena húmeda, con la brisa que levantaba las olas en la cara. Casi  se podía percibir el olor a salitre. 
Su padre la apretó cariñosamente el hombro y juntos avanzaron hacia la siguiente sala. Mientas la veían le contó que el pintor recibía ahí a los clientes que querían hacerse con alguna obra suya o que les pintaste un retrato. De hecho, cuando enfermó y tuvo que dejar de pintar estaba en el jardín, trabajando en un retrato. Clotilde quería saber más y su madre le contó que un par de años más tarde murió. Fueron años muy duros, pues para aquel artista, la pintura y el mar eran su vida. Hasta le habían llevado a despedirse del Mediterráneo. De eso, le dijo su madre, hacía cien años en el mismo año, 2023.
La siguiente sala era el estudio, donde pintaba. Al pasar, Clotilde se quedó impactada. Aunque el día era gris en Madrid, la sala estaba llena de luz: la luz del Mediterráneo. Por todos lados los niños jugaban, nadaban, corrían junto a la orilla. Las mujeres paseaban con bellos vestidos blancos y el mar cambiaba de color en cada obra. Clotilde se sentía como si estuviera de vacaciones y mientras miraba a un niño con un barquito, se dirigió a su madre:
- Mamá, ¿Joaquín Sorolla es impresionista?
Su madre no sabía qué responder.
- No lo sé, hija. Su técnica no es impresionista, pero la luz sale de sus cuadros a raudales.
- ¿Pero lo es o no lo es?
- No pinta como los impresionistas, sus brochazos son gruesos y llenos de pintura, mientras que los de estos son pequeños y delicados. Sin embargo, tan solo Monet capta la luz como él.
- ¿Entonces…?