Julio Collado

Sostiene Pereira

Julio Collado


Emma Goldman e Isabel la Católica

16/01/2023

Sostiene Pereira que, en estos primeros días del año, demasiado cálidos para estas tierras abulenses, estuvo enfrascado con dos mujeres distintas y distantes. Una, la reina Isabel la Católica, relacionada con Ávila y muy conocida aunque secuestrada por la mirada miope de los interesados en volver a las falsas glorias pasadas; la otra, Emma Goldman, anarquista, sindicalista y feminista, desconocida y lejana aunque participó en la Guerra (In)Civil Española. La primera, a quien quieren hacer santa, que nada menos, la recordó al ver el monumento, o lo que sea, levantado en su honor frente a la muralla, a dos pasos de sendas estatuas de La Santa, en la entrada al Paseo del Rastro: un busto mínimo encima de un paralelepípedo de granito rectangular y enorme. Todo un despropósito. Durante algunos días, estuvo el busto solo y frío. Ahora, ya han rellenado una de las caras del pedestal con los logotipos de los patrocinadores y con un soneto panegírico cuyo primer cuarteto dice: «·Siempre firme estuviste de mi parte,/ ciudad-castillo bien amurallada/, en mi causa legítima empeñada/, audaz bastión, impávido baluarte». Y el busto quizás, ausente y asustado al oír palabras tan enormes, desearía bajarse y desaparecer entre los paseantes.  
La segunda le llegó por esas casualidades que da la vida. Vio callejeando a una  joven turista que llevaba el busto de la feminista rebelde y su nombre estampados en la camiseta. Le picó la curiosidad y buscó quién era aquella mujer. Resulta que Emma Goldman fue una mujer extraordinaria que se adelantó 150 años con sus actividades y con sus ideas. Nacida en Lituania en 1869, llegó a Estados Unidos de adolescente y pasó como un torbellino por todas las tierras en las que tuvo que vivir cuando fue desterrada de allí por «peligrosa». ¿Qué hizo para ser apodada así? Rebelarse contra todo tipo de autoridad, sea la paternal, la religiosa, la educativa, la laboral, la legislativa o la tradicional en la que veía que siempre salían ganando los mismos: los hombres y, si eran poderosos, doblemente. Así es que, desde muy joven combatió por la emancipación obrera y sus sindicatos, contra la sumisión del cuerpo y la pertinaz vigilancia de los actos de las mujeres, luchó contra los nacionalismos, contra la violencia política y policial y contra el negocio de la masacre, la guerra. Defendió en sus artículos, sus libros, sus conferencias y en sus puestos de trabajo la libertad de expresión y fue una de las pocas voces que se levantó contra la condena de su amigo O. Wilde por homosexual. Un joya, vaya; por eso, Hoover, futuro jefe del FBI, entonces en el Departamento de Justicia, la expulsó de Estados Unidos; «era un peligro». Antes, vivió en precario, trabajó en fábricas textiles, cosió guantes en casa, ejerció de comadrona y conoció de primera mano las condiciones de los barrios obreros de Nueva York. Allí, asistía a mujeres que vivían en un continuo terror a quedarse embarazadas. Alertó contra las esclavitudes del matrimonio, tuvo amores y amantes y se mantuvo independiente de los hombres. Le gustaba reír, bailar y beber; y hablaba de lo innombrable en aquella sociedad puritana, del placer femenino. Y estuvo presa varias veces. 
Con esta vida, no es extraño que algunas jóvenes de hoy se sientan atraídas por esta entusiasta mujer y exhiban en sus  camisetas su retrato acompañado de alguno de sus pensamientos tan actuales y tan polémicos como éstos: «El desarrollo (de la mujer), su libertad, su independencia, deben surgir de ella misma y es ella quien deberá llevarlos a cabo. Primero, afirmándose como una personalidad y no como una mercancía sexual. Segundo, rechazando el derecho que cualquiera pretenda ejercer sobre su cuerpo; negándose a engendrar hijos, a menos que sea ella quien los desee, negándose a ser la sierva de Dios, del Estado, de la sociedad, de la familia, etc., haciendo que su vida sea más simple, pero también más profunda y más rica. Es decir, tratando de aprender el sentido y la sustancia de la vida. No existe un solo lugar donde la mujer sea tratada en base a su capacidad de trabajo, sino a su sexo. Por tanto, es casi inevitable que deba pagar con favores sexuales su derecho a existir, a conservar una posición en cualquier aspecto. En consecuencia, es sólo una cuestión de grado el que se venda a un solo hombre, dentro o fuera del matrimonio, o a muchos. Aunque nuestros reformadores no quieran admitirlo, la inferioridad económica y social de las mujeres es la responsable de la prostitución… El progreso humano es muy lento. Se ha dicho que por cada paso dado hacia adelante, la Humanidad ha dado dos hacia la esclavitud. Solo al cabo de los siglos ha ido liberándose... ¿Amor libre? ¡Como si el amor pudiera no ser libre!... Sí, el amor es libre; no puede vivir en otra atmósfera».