Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


Salir al fresco

16/06/2022

Los días que no bajaba con el zumo y el bocata en el albal, terminaba de cenar, subía al altillo de Los Parrales y allí estaban Juan, Gloria, Almudena, Artemio, Margarita, Marcelo, María y a veces tía Estefana. Hoy, lamentablemente, muchos ya descansan en paz. Todos sentados en sus sillas o hamacas de río abrazando a la calle desde ambas aceras, bien hasta que dieran las 00:00 por el reloj de la plaza o, en mi caso, hasta el toque de queda que traía implícito el silbido de mi padre a la que subía con mi señora madre de limpiar el bar.
Salir al fresco –frejco– era ese momento zen del día al que ahora se le llama historia de Instagram y en la que suele aparecer un gintonic, una daddyyankada de fondo y un hastag de localización 'para dar envidia', pese a estar sentado en la puerta de un pajar de la Moraña profunda y lo que tengas en la mano sean los restos de una botella de Larios sin dosificador, que quedaron en la caja del altillo de allá del garaje de tus abuelos desde la comunión del típico primo o conocido de la familia que tenemos todos; el que raro verano vuelves a ver, pero el que te llama por sorpresa desde un número que ni tienes para decirte que se casa en un pueblo de Sevilla un 23 de julio, a las cinco de la tarde, y quiere que vayas.
Parece que fue ayer cuando todos esos vecinos se juntaban en la víspera del Corpus, a las nueve de la noche y en mitad de la calle para hacer la luminaria con los ramos de espliego secos por donde pasó el Sagrario bajo palio el año anterior. Las chuletas con las ascuas de los sarmientos tras los saltos entre las llamas y el cesar del repique de campanas desde la abadía que clausuraba la ceremoniosa tradición. Y el helado de corte con el jugoso beneplácito de repetir si eras un niño.
El verano entraba con San Antonio y la diana de Las Rondas guiadas por Tomás hasta la hora de misa. A partir de ese momento, ya se podía salir al fresco. Nadie se quedaba en casa, a menos que fuera viernes de agosto y no hubiera terminado el Grand Prix. Porque eso de salir al frejco, ¡qué exquisitez, oiga!