Pilar Álvarez

Lo social

Pilar Álvarez


A qué llamamos libertad de expresión...

07/12/2022

Estamos llegando a unos límites de vulgaridad en nuestro lenguaje social que es alarmante, y en algunos casos en la omnipotencia. El ser humano es libre para decidir, pero nuestra libertad no viene acompañada de la facultad de conseguir que todo lo que deseamos se cumpla. El problema es que tampoco podemos escoger lo que queremos, depende de las circunstancias. ¿La libertad debe supeditarse a los intereses generales de la sociedad? Pero el ego nos dice yo también me atrevo a lo que se atreve el otro, sin embargo, con tanto atrevimiento, cruzamos límites más allá del cual ya no se nos reconoce como parte del colectivo de lo humano.
En los últimos debates políticos en el Congreso de los Diputados se demostró que algunas frases vulgares, y con falta de respeto, dejaron mucho que desear como representantes de una sociedad como la nuestra. Desde hace tiempo sentimos como estas prácticas nos llevan a un país en decadencia, por eso hemos llegado hasta este punto. Podemos enorgullecernos de muchos progresos, pero no en las relaciones humanas, en el respeto, en la empatía…, sin mencionar la semilla que todo esto deja en las futuras generaciones. ¿Yo pregunto, todos sabemos para qué es buena la libertad, y cómo usarla? Porque en nombre de dicha frase se han cometido las mayores barbaridades humanas, y en aquel momento seguro se defendieron como algo necesario.
Nuestra libertad no puede ser absoluta, no podemos buscar la justificación con apariencia razonable, porque se tuercen en la realidad hasta hacerla coincidir con nuestros propios deseos. Ser libres no significa estar fuera de una ética, y la inmoralidad no se debe defender en nombre de la libertad de expresión. Hemos caído en lo vulgar, y da la impresión que personas sin preparación pueden defender según en qué sitio su importante discurso político social. La sociedad espera de la clase política, en su deber como representantes de sus votantes, que trabajen con una praxis política racional, con normativas y críticas, pero coloreada por propuestas concretas para resolver problemas, siempre abiertas a la revisión, y comportamientos racionales. Una sociedad semejante es una sociedad políticamente democrática, aunque la «democracia» no se entiende tanto como gobierno de un pueblo, sino como «gobierno» de la ley que postula por medio de un voto mayoritario. Sin embargo, no nos aventuremos a afirmar que la mayoría expresa la voluntad del pueblo, ni que sus decisiones son las correctas.
Todo acto libre es imputable, es decir, atribuirle a alguien, por lo tanto el sujeto que lo realiza debe responder de él. Los actos pertenecen al sujeto porque sin su querer no se hubieran producido; él escoge la finalidad de sus actos, por consiguiente es quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Así, del mismo modo que la libertad es el poder de elegir, la responsabilidad es la actitud para dar cuenta de esas elecciones. Libertad y responsabilidad son dos conceptos paralelos e indispensables, es por eso que a la Estatua de la Libertad le falta, para formar pareja, la Estatua de la Responsabilidad. Sin embargo, la libertad de expresión es un mínimo indispensable para construir una sociedad más justa, igualitaria ante las injusticias, pero sin olvidar esos límites de ética imprescindibles de formación social, que despierte el pensar crítico,  guiadas por el conocimiento y que tengan por virtud la prudencia ante la incertidumbre, algo que desestabiliza a la sociedad, y la vuelve insegura ante toda ley ya regulada.