Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Sincericidios

04/12/2021

Ser sincero es necesario, dicen. Nos catapultan hacia la sinceridad desde niños porque se une ese concepto a la idea de no mentir, y en ese huso lo vamos hilando a lo largo de la vida, lo transmitimos y verbalizamos. Sinceridad ante todo. En los lugares rediles (de la red) donde con los nuevos tiempos se busca pareja, la frase más repetida es: busco a una persona  «sincera» y se enaltece el «sincerarnos» con nuestras parejas o con nuestros amigos como una virtud teologal de justicia, templanza o incluso de coraje.
Pero para ser sincero, como para casi todo, hay que ser prudente a la par que justo, sutil aproximado a la templanza y contenido más que corajudo. Las enseñanzas con que nos bombardean desde la cuna y posteriormente desde foros distintos, bien en los periodos formativos o en los pródigamente filosofales medios de comunicación «social», se rebelan como disfuncionales e incluso contraproducentes, por no decir destructoras de relaciones sentimentales (cualquiera donde entren en juego los sentimientos) de todo color y condición. La fragilidad de un ser humano se demuestra y expone en la plaza pública a través de la sinceridad, de los «sincericidios» perpetrados por entes sin entrañas que no han entendido nada, nunca.
Para enfrentarte a un sincericidio tienes que haber pasado previamente por varias experiencias y por tener una o dos anclas fuertes en tu propia creencia sobre ti, de forma que no te calarán ni los recursos sibilinos utilizados ni las palabras, generalmente pésimamente utilizadas, con las que el sincericida pretende que no duermas durante varias noches y que te despierten los fantasmas típicos de «en ese momento debería haberle dicho».
Decimos sin descanso que hay que acabar con la hipocresía, con la mentira y la inconstancia, con los paraísos fiscales y con los defraudadores de hacienda, pero yo apuesto por eliminar toda relación con los sincericidas, que vuelcan su bilis y sus propios complejos en los que creemos firmemente que para que una sociedad funcione hay que ser buena persona y solidario pero no «sincero» en ese concepto de «decir lo que piensas cuando los pienses». El sincericida es el ser más abyecto y el que menos ayuda a la paz mundial. No se puede decir toda la verdad en todos los momentos porque sería inviable la convivencia.
No me imagino un mundo en que saliéramos todos al amanecer, cada uno a sus quehaceres, abogando por esa sinceridad mal entendida. Reinventar el amor, el calor, reinventar las buenas palabras: «aquí estoy», «puedes contar conmigo siempre», «no importa que me despiertes por la noche si estás mal», «te acompaño», «te ayudo», «hoy, mi tiempo es para ti».  Reinventemos lo valioso, el calor de las miradas entendiendo, el valor transmitido de corazón a corazón, sin términos medianeros. 
Porque no es peligroso reinterpretar, no es peligroso plantearse que podemos mejorar como especie, que lo de siempre no sirve para siempre, que los conceptos también pueden tener obsolescencia programada. Ser conscientes de lo doloroso, saber que una palabra de aliento salva vidas y que la sinceridad extrema hiere. Cuidar las almas es tan imprescindible como cuidar los cuerpos, cuidar nuestras almas y las de otros, cuidar el leve y suave roce de una palabra amable y de un te quiero a tiempo, ahora sí sin mesura.