Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


San Antonio

11/06/2022

Un sábado por la mañana salí a comprar el periódico. Era un día de primavera, de los pocos que ha habido este año. El cielo azul anticipaba el buen tiempo y hacía la temperatura ideal para pasear. Bajé mi calle, crucé el puente de la estación y en seguida estaba de vuelta en mi barrio, San Antonio. Hace algunos años que técnicamente no vivo allí, pero no me he ido lejos y, en realidad, sigo sintiéndome y siendo del barrio.
Atravesé el pinar con las agujas crujiendo bajo mis pies. Al otro lado, los niños jugaban en la pista de Seguridad Vial y los padres hablaban en corros, observando a sus hijos de reojo. Puede que una figura solitaria leyera en las gradas mientras los señores jugaban a la calva. Al salir del pinar dejé atrás la parroquia, cogí Virgen de la Portería para luego atajar por la plaza, bajar por Virgen de las Angustias y finalmente subir por la calle Los Charcos, donde dos mujeres hablaban de ventana en ventana sobre lo que hacían sus hijos aquel fin de semana. 
Antes de darme cuenta, había llegado donde el Truji. Primero pasé a ver si me había tocado el Euromillón y era rica por fin (ya les digo que la respuesta siempre es no) y a pagarlo, pues esa semana no había podido ir y, aún así, me lo habían echado. Después pasé donde Luis a por el periódico y el pan. Mientras esperaba, él atendía a sus clientes, llamándolos a todos por su nombre, preguntando por sus familias y otros temas y anticipando lo que iban a pedir sus clientes. A mí misma me tenía varias cosas preparadas, además de una interesante conversación sobre literatura. Entre otras me dijo que tenía un cómic que le podía gustar a mi amigo Javi y antes de irme yo ya le había preguntado y la publicación ya estaba guardada para él. Después me fui, despidiéndome no solo de Luis, también de su madre que estaba sentada tras el mostrador. 
Después pasé por Gimesán, que no se llama así ya, pero en el fondo para muchos siempre será este su nombre y, aunque el interior haya cambiado, podremos evocar la distribución que tenía en los días de infancia. Pasé por delante de Fatima, de casa de Tere, de la joyería Resina, de casa de Rhut, de la de mi citado amigo Javi y por mi antigua casa, donde mis vecinos siempre que me ven me saludan. Durante la ruta de vuelta me encontré con Use y, como siempre, hablamos de la familia. Su hija, Bego, no falla un cumple jamás. También me encontré con Juana y Pedro, aunque era raro que un sábado por la mañana no estuvieran en el pueblo. Del mismo pueblo, Riofrío, también es Jorge. Ni me le encontré ni pasé por delante de su casa, pero no puedo escribir sobre el barrio sin mentarle, entre otras cosas porque me mataría. Podría haberme encontrado con muchas personas más, gente a la que ahora veo menos pero que siguen siendo los primeros que acuden en los momentos de necesidad y estar con ellos es como si el tiempo no hubiera pasado. Algunos siguen siendo parte importante de mi vida, les consulto las decisiones difíciles y son los primeros en conocer las buenas noticias. 
Este es, para mí, el motivo por el cual siempre seré de San Antonio. Sus gentes, su ambiente familiar, la sensación de estar en el lugar al que perteneces. Los barrios son la esencia de la ciudad, los que la hacen estar viva y los que tejen las relaciones de la misma. Esa es la ciudad que merece la pena, la que se debería potenciar. 
El pasado viernes, antes del pregón, di un paseo vespertino. Se sentía el ambiente de fiesta, pues ya estaba todo listo: las banderillas, los puestos de comida y juguetes, el escenario, la barra de bar. Olía a algodón de azúcar y mientras caminaba rememoré años de fiestas del barrio, aunque esa parte no la dejaré por escrito. Y aun con tres días de fiestas por delante solo puedo decir: ¡Felices fiestas de San Antonio!