David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


El hilo de los cursos

01/06/2022

Los días y las semanas pasan y, sin darnos cuenta, también los cursos. Y las cosas salen bien porque existen unos mágicos engranajes perfectos que nos hacen disfrutar de los caminos sin preocuparnos de las bujías, los rodamientos o los tornillos. El tópico antiguo de la vida como un camino debería resituarse en una metáfora de la vida como autopista. Y cada curso es un viaje en alta velocidad. Intenso y preciso. Se acaba una nueva edición de los cursos de la Fundación Ávila, aquellos que popularmente se conocen en la ciudad como los cursos de los Serrano, por el palacio donde se materializan. Llevo ya unos cuantos años impartiendo docencia en esta institución, y muchos más asomándome a estas páginas de El Diario de Ávila, y me he dado cuenta de que no había dedicado una sola línea a la excelencia de esas actividades. Así que comencemos por lo sorprendente: imaginemos una solitaria tarde de invierno en la ciudad de Ávila, luminosa pero fría. La pereza y soledad de las calles. Imaginemos cuantos inconvenientes podamos como para preferir una tarde de sofá, café y televisión. Y sin embargo la realidad es que cada día centenares de abulenses salen de sus casas y dirigen sus pasos hacia la Plaza de Italia donde encontrarán un acomodo, un esfuerzo y una motivación acorde a sus gustos e intereses: inglés, literatura, finanzas, pintura, dibujo, grabado, arte, filosofía, historia, meditación… Imaginemos entonces que esta ciudad aislada, inexistente, se abre de lunes a viernes por todos esos abulenses que deciden romper el muro de la pereza y aprender, mejorarse, compartir y disfrutar.
El pasado mes de abril viajé con un buen puñado de esos alumnos, procedentes de mis cursos de Inglés y de Literatura inglesa, y aterrizamos en Londres, dispuestos a poner en práctica lo aprendido cada curso. La media de edad de los viajeros estaría por los sesenta años, y algunos pasaban los ochenta (aunque también los había en la veintena), pero puedo asegurar que lo que indicaba el termómetro de la ilusión, la capacidad de sorpresa y las ganas de ver y conocer se asemejaba más a una esperanzadora adolescencia. Fueron días de recorridos intensos, de cautivarse por los lugares por donde vivieron Jane Austen, el mítico rey Arturo, el transgresor Oscar Wilde. Del Londres clásico y tópico al Londres escondido, de ruinas, catedrales, parques, pubs e iglesias. Este viaje práctico ha supuesto una vuelta a la vida, después de dos años con la docencia en todos los lugares a medio gas y con la sensación de que los viajes eran ya algo del pasado. Y, en cambio, este curso académico, y este periplo inglés, ha roto el maleficio y la condena. 
Llega Junio. Los cursos pasan rápido y, sin embargo, queda una sensación del deber cumplido, de las cosas bien hechas, de disfrutar cada tarde con lo que se hace. Encontrar ese hilo de Ariadna, el cable que conecta un curso con otro, así como las ganas de retomar nuevas iniciativas y proyectos se sustentan claramente en la sonrisa y los agradecimientos: de quienes deciden cada día aprender y no acomodarse, se tenga la edad que se tenga. Y ese hilo no se interrumpe este año: por primera vez, la Fundación Avila ofrece cursos de verano. Yo no me los perdería.