Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Kintsugi

28/10/2022

Es interesante y muchas veces emocionante profundizar en algunos términos de otras lenguas que nuestro idioma no contempla en un solo vocablo. Palabras extranjeras que nos enseñan que el mundo es amplio y el universo de los sentimientos avanza a veces de formas poco estándares, que se nos escapa a nuestra propia percepción, que discurre entre letras unidas ininteligibles pero que con una traducción cobran todo el sentido.
 Somos tan iguales que hablando con personas de otras nacionalidades siempre encontramos refranes casi idénticos. En latitudes extremadamente separadas por miles de kilómetros hay un dicho que se asemeja al que usamos cotidianamente. Y también somos tan distintos como para tener la suerte, e incluso la obligación, de aprender de esas diferencias en el pensamiento que transmitimos a través del lenguaje, que no es ni más ni menos la forma de interrelacionarnos, de comprendernos, de confrontar ideas, de discutir, de amar, de avanzar.
Muy frecuentemente encuentro términos que por su belleza o por estar escritos dentro de un poema, o por escucharlos en alguna parte, o por leerlos dentro de un texto, entrecomillados, me emocionan, me hacen reflexionar sobre las personas que los utilizan, sobre aquellos que los usaron tantas veces que se han convertido en parte de un idioma. A pesar de no comprenderlos en toda su magnitud, pues en todo concepto que no es propio ni cercano se nos escapan matices importantes, se pueden vislumbrar con breves explicaciones todo lo que conllevan. 
Kintsugi en una palabra japonesa que no tiene una exacta traducción en nuestro idioma, sería algo así como «carpintería de oro». Se trata en realidad de un técnica para reparar fracturas en la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Es esta una práctica que se data en el siglo XV y que responde a la idea de que los objetos deben ser restaurados sin ocultar el lugar donde estuvieron las roturas, sino mostrándolas, brillantes, porque eso forma parte también de la historia y del recorrido de esa pieza. De tal forma que «el ser nuevo e impoluto» no añade valor, pero sí el haber pasado por avatares distintos y normalmente imprevistos o casuales. 
Sin duda esta filosofía de ver lo bello de una imperfección, o de contemplar con amor y cuidado las imperfecciones para mostrar que la belleza puede estar en ellas, es un pensamiento que deberíamos sugerirnos y llevarlo hasta los lugares en los que meditamos sobre nuestro entorno y sobre nosotros mismos. Kintsugi es un término que, extrapolado a un nivel reflexivo,  arremete contra una sociedad excesivamente preocupada por la perfección y por la juventud, por lo no marcado por ningún tipo de dolor. 
Cada era, cada siglo o periodo temporal generacional, posee unas características que le hacen único. El pensamiento humano y la percepción de la realidad son hitos, dentro de esos corchetes de tiempo, que van configurando además los axiomas de las generaciones siguientes. En este sentido nuestra época, la actual, se recordará por ese afán de reparar, sin que se note, el paso del tiempo. La perfección, se cree actualmente, está en no dejar percibir que los años pasan, que se envejece, que las personas van teniendo arrugas en el cuerpo y en el alma, que todo ha de ser nuevo: los coches, la ropa, la vajilla, el teléfono, los muebles, las cortinas … y nosotros. Así la uniformidad se extiende sobre la tierra y hemos de perseguir, en comunidad, la piel tersa, los dientes perfectos, las cejas alineadas y un carro de productos recién estrenados a la puerta de casa. 
No se trata exactamente de un análisis pesimista, ni de una crítica, sino únicamente de contraponer mi palabra aprendida «kintsugi», con esta realidad demoledora. Sin embargo, también hay que decir que pequeños movimientos mundiales abogan por contemplar la belleza de los imperfecto; mujeres y hombres se rebelan contra la tiranía del bótox y del estiramiento; activistas claman por no comprar descontroladamente en bien de un planeta que se nos cae a trozos y para paliar un cambio en el clima que parece ya absolutamente imparable. Definitivamente, lo nuevo y lo perfecto no es lo real, no es lo que nos puede consolar, no es a lo que podemos acudir.  
La incógnita está en si seremos capaces de ver, de manera preclara, que para poder sobrevivir interiormente y para no devastar donde habitamos, es necesario que el "kintsugi" forme parte de nosotros y de nuestro intelecto. Quizás necesitemos maestros de este arte que nos conduzcan por el camino de la preciosa imperfección. 

ARCHIVADO EN: Lenguaje, Cerámica