José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Todos a la calle

27/05/2022

El pasado fin de semana se celebró en la capital la primera edición del llamado «Callejeando Food Fest»: furgonetas de comida en el jardín del Recreo, acompañadas por grupos tocando en el templete de música. Si lo medimos por el público y el ambiente en el coqueto espacio, fue todo un éxito; si lo hacemos por la relación calidad-precio, quizás haya cierto margen de mejora para las seguras futuras ediciones. En el fondo, en poco se diferenció la cosa de las ferias de pueblo que recuerdo de mi infancia, los puestos de comida arropados por la orquesta de turno. Esto tenía quizás un punto hípster.
Evocaciones al margen, lo cierto es que hablamos de un evento con mucha gente en la calle, cosa que parece ser objetivo y nuevo mantra de los gobernantes municipales en todo el país. Sacar a la gente a la calle. Cuanta más gente en la calle, mejor ciudad. Actividades, espectáculos, hamburguesas, cachopos, crepes, conciertos en directo. Procesiones, la Feria del Libro, mayo con San Segundo y los barrios, junio con Ávila en Tapas y la magia, las fiestas de verano, la artesanía, el Cir&Co, las medievales, la Santa… Que la tropa se pasee, se mueva, acuda al comercio, consuma en bares y así se reactive la economía. Loable, cómo no. Al menos, la economía y el comercio del centro urbano, porque mientras unos hacen el agosto, bajo el manto de tanta actividad organizada con dinero de todos, otros languidecen en su monotonía de extrarradio ¿No habría que reconsiderar el centralismo municipal, tanto victimismo que alegamos frente a otros centralismos a veces?
Hay un cierto componente latino, meridional, en esto de vivir la calle. Las culturas nórdicas se centran en el hogar, en la intimidad y lo recogido, aunque es cierto que desde que empezaron a veranear en Benidorm y en Canarias algo se les ha contagiado: en cuanto despunta el sol los centros urbanos de toda Europa se convierten en escenarios callejeros, plenos de gente buscando ver y dejarse ver. En el fondo nos encanta. Salimos a la calle a jurar banderas o a no poder andar por ella porque las aceras están bloqueadas por coches que vienen a otras juras. Nuestro rey emérito pasea campechano por las calles de Sanxenxo, mientras su hijo quisiera verlo en calles más lejanas. Macarena Olona patea las calles de su nueva Salobreña, mientras Javier Maroto hace lo mismo en Sotosalbos. El gobierno sacó a la calle a los líderes independentistas, y andan ahora, cual niños traviesos, mirando de reojo al Supremo no sea que diga que ya es hora de volver a casa a cenar. Mbappé paseará los amplios bulevares, las estrechas calles del Barrio Latino o Montmartre, y no la Gran Vía o la Castellana. Y ya en París, muchos saldrán mañana a la calle a festejar, de blanco o de rojo, quién sabe.
Me permito un consejo a los que tanto trabajan para sacarnos a la calle. Lo que queremos tener, más allá de «food trucks» y mil jaleos, perdonen la tontería, es calle. Queremos ciudad, vías arregladas, edificios sin ruinas, bancos, árboles, jardines, farolas que iluminen, ¡aparcabicis!, autobuses que no estén en huelga… Porque a veces —mayo del 68, 15-M, otras muchas— a base de intentar sacar a la gente a la calle, se logra que al final salga sola.