José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


El corredor de bolsa

11/12/2022

Este es un artículo muy divertido porque voy a recoger mil y una de las historias divertidas que se me han ido cruzando a lo largo de la vida. Lo hago animado por la lectura de los profundos artículos del gran Juan Manuel de Prada, uno de los pocos escritores de los que se hablará cuando la propaganda haya desaparecido, y por otro artículo del particular brillante Juan Carlos Girauta. Los artículos del primero están haciendo historia porque explica como nadie, con una valentía cercana al heroísmo, las causas y los efectos en los que se desarrolla esta sociedad; y el segundo porque, con gran sentido del humor, nos lleva al símil del esperpento de la sociedad en la que estamos retozando.

Y cuál puede ser mi modesta contribución a este dúo? Pues precisamente la desaparición del poder del secular sentido del humor, del cachondeo mondo y lirondo, que hacía a los españoles reírse y por lo tanto situar muy bien todo lo que acontecía, y así armarse moralmente con la armadura que acompaña a Sancho y a su sentido común. Sí, soy de aquella generación que compró casettes de chistes en las gasolineras y sólo me acuerdo de los malos.

Pero vamos al tajo. España era un lugar proverbial para recrear situaciones y darles la vuelta con gran sentido del humor, para ubicar todo. Esto me lo provoca el whatassp que me llega con la nueva bandera de Japón y que habrán visto todos ustedes. El Sol naciente, desplazado ligeramente hacia la izquierda tocando por 1,8mm una imaginaria línea de fuera de campo, en símil perfecto del todavía hoy incomprensible gol en el Mundial y así hemos reaccionado.

Este otro símil del sentido del humor patrio me lo sirve mi amiga María, en vena. Su suegro enviado en misión especial diaria a cualquier supermercado por su suegra. El suegro que se desespera porque esa realidad de jubilado que se ha erigido en jefe de compras diario le postra desarmado, sin argumentos con los que luchar. Llega a la casa de la nuera, pide unas almendras, e indefectiblemente al paso de unos interminables y gustosos cinco minutos, llama la suegra a casa María. - ¿Has visto a Nazario? Hace tiempo que ha salido de casa al súper y todavía no ha vuelto. Inmediatamente mi amiga María, aun a riesgo de que se atragante con el último fruto seco, les espeta: - te tienes que ir yendo de vuelta a casa. EL hombre saca la última arma nuclear que le queda y grita – ¡ya ves hija, lo que tiene ser corredor de bolsa!. ¿Corredor de Bolsa, pero no eras funcionario? -Bueno ahora soy corredor de bolsa del supermercado. ¡Impecable, chapó, insuperable, tushé!

Similar situación esta vez personal y en Madrid. A media tarde los estudiantes pasábamos por casa Marugán a que nos hicieran un bocata de los de antes, de un pan manjar de dioses, y unas lonchas de lo que fuera. El tamaño descomunal, el rato inmejorable. Se acerca y saluda a Marugi, genio y figura y le espeta –"Santi, dame una docena de lo que no hay en casa". La carcajada todavía resuena en mi memoria. Información exacta pero incompleta. No había huevos en casa. Ni físicos y de los otros, nos lo dejó entrever. Si esto no te arma para encarar la realidad, mal vamos.

Mi hermano Oscar, en Sevilla. Una farmacia de guardia. Entra una chica de unos 20 años. En la época de efervescencia del debate sobre los preservativos. Le dice una cosa en pretendida voz tenue, lo que es la mejor forma de llamar la atención. -"¿tiene algo urgente para los pies?. El farmacéutico le pide que hable más alto, con lo que todos piensan que la chica se está atreviendo a trasgredir la última frontera. Ella, repite la pregunta, y el profesional responde "Cómo no te de un serrucho a estas horas, no se me ocurre qué más urgente".  Para los que creen a pies juntillas que un experto es un ser mítico con soluciones para todo.

El sentido del humor ha ido desapareciendo porque entre otras cosas aparecieron los profesionales y aficionados en redes del mismo y los españoles, se lo subarrendamos. Ahora que estos profesionales son escasos, aunque muy buenos, podríamos empezar a revivirlo, sobre todo para que, como nos animaba Aristóteles, seamos capaz de ver la realidad con los ojos de la inteligencia y así comprenderla.