"El patrimonio natural de Ávila está al nivel del histórico"

M.E
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Profesor en la UCAV, investigador y ahora coordinador de Ciencias en la IGDA, el entomólogo abulense Guillermo Pérez Andueza repasa su trayectoria y subraya la importancia de cuidar el rico patrimonio natural que atesora la provincia

Echando la vista atrás recuerda que su pasión por el mundo de los bichos le llegó gracias a un encargo que le hicieron en EGB para hacer una colección de insectos, un trabajo que le hizo 'clic' en su cabeza y que finalmente acabó marcando su carrera profesional. Y para bien. Su trayectoria y su currículum dan buena fe de ello. Doctor y Licenciado con Grado en Ciencias Biológicas por el Departamento de Biología Animal de la USAL, donde se especializó en biodiversidad de artrópodos y entomología aplicada, y Máster en Protección Vegetal por la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Politécnica de Valencia, con especialidad en el control de plagas, Guillermo Pérez Andueza (Ávila, 1965) es toda una autoridad en el campo de la entomología, de nuestra provincia pero también de otros muchos lugares de la geografía nacional. De hecho, este profesor, investigador y doctor de la Universidad Católica de Ávila acaba de ser nombrado coordinador del Área de Ciencias y de la Sección de Ciencias Naturales de la Institución Gran Duque de Alba (IGDA), una responsabilidad desde la que, apunta, quiere contribuir a difundir y acercar más la enorme riqueza natural de la provincia.

Pero no nos adelantemos. Todo comenzó en Ávila, de donde es originaria su familia y a donde acabó volviendo, en dos ocasiones, después de distintas etapas de formación y trabajo. Estudiante del Colegio Diocesano y el pequeño de seis hermanos, asegura que siempre tuvo claro que quería dedicarse a la biología. «Soy 'hijo' o 'nieto' de Rodríguez de la Fuente y siempre me gustaron la naturaleza y los animales, sobre todo los insectos. Yo era de ciencias puras y en BUP lo tenía bastante claro; mi padre insistió en que hiciera Medicina pero al final hice lo que me gustaba y el otro día se lo decía a mi hija, que yo estaba muy orgulloso de mi carrera y que no me había arrepentido de ella». 

El interés por la investigación y la docencia vino luego, ya en la carrera, cuando también se dio cuenta de que «o me especializaba en algo o iba a ser muy difícil competir», ya que entonces, a principios de los 90, ya había una «crisis de los titulados universitarios, y más en carreras que tenían fama de poco prácticas». Por ello, ya siendo entomólogo se marchó a Valencia para especializarse en plagas y en la lucha biológica, algo entonces «novedoso» que le abrió muchas puertas.

La vida le llevó entonces de vuelta a Ávila, donde fue profesor de instituto en Cebreros, profesor del Diocesano y educador ambiental de la Junta de Castilla y León en el Aula de Naturaleza de Navarredonda de Gredos. Aunque le gustaba lo que hacía, se marchó a Almería contratado por una multinacional que tenía una sección de lucha biológica. Pero como había echado muchas becas de Doctorado, un reto que mantenía, le salió una del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA) y se fue a Cuenca, en lo que fue «una de las primeras grandes decisiones de mi vida». Tenía cerca de treinta años y acabó dejando un trabajo digamos cómodo para «ir de becario» a otra comunidad autónoma, aunque su mujer, que también es abulense, tenía plaza en Castilla-La Mancha y también «suponía acercarnos», así que «me tiré un poco a la piscina», admite. En el Centro de Investigación Agraria de Cuenca estuvo cinco años, encadenando contratos con cargo a proyectos y «aguantando un poco hasta que nació mi hija». 

Y entonces se cruzó la Universidad Católica de Ávila, a donde se incorporó en el año 2001 en la que fue su segunda decisión importante. «Era apostar por una universidad muy nueva pero de mi ciudad y con las titulaciones que yo quería, agrónomos, forestales y ambientales, así que fue como una llamada imposible de rechazar», nos cuenta. No obstante, se lo pensó porque ya tenía la vida hecha en Cuenca, con casa comprada y con su mujer y su hija recién nacida, así que aprovechó la oportunidad a costa de «un sacrificio». La familia se reunió al año siguiente y hoy, con la perspectiva del tiempo, no tiene dudas de que fue «la decisión correcta». 

 

 

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