Allá arriba

Maricruz Sánchez (SPC)
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Descubrir la belleza del cielo y entender la poesía del universo es un anhelo tan arraigado en el hombre como las estrellas

Allá arriba

Aunque está siempre ahí arriba, el cielo es en realidad un tesoro oculto. Hace falta moverse, encontrar el lugar y el momento idóneo para observarlo; requiere aventurarse a investigar, en una noche despejada, sin nubes ni luces artificiales; y, lo más importante de todo, exige aprender a mirarlo, porque en él reside el secreto del tiempo, del principio y el final de la vida...

Alzar la vista en busca de estrellas y planetas puede convertirse en una aventura increíble para conocer los límites del universo y trasladarse hasta el inicio de todo, el Big Bang. Bajo esta premisa, Allá arriba (Editorial geoPlaneta) se plantea como una especie de tarjeta de embarque hacia un sorprendente viaje lleno de color en el que descubrir galaxias, asistir al nacimiento de nuevos cuerpos celestes y acercarse a los misterios de los agujeros negros. Un libro en cuyas páginas se recogen las respuestas a las preguntas que todo ser humano se ha podido hacer alguna vez en su existencia: ¿cómo nació el cosmos?, ¿cómo era de pequeño en sus primeros momentos?, ¿cuántos años tiene ahora? 

El volumen, aderezado con poesías de Silvia Vecchini e ilustraciones de Alice Beniero, muestra que mirar a lo lejos también significa hacerlo hacia atrás en el tiempo, ayudando a entender por qué de noche el cielo está oscuro y a a prender que, aunque los cuerpos celestes parezcan blancos, en realidad son de todos los colores.

Edwige Pezzulli, Maria C.Orofino, Raffaella Schneider, Rosa Valiante, Simona Gallerani y Tullia Sbarrato, seis apasionadas astrofísicas, son las mentes inquietas que se esconden tras esta guía pensada para los más jóvenes y para todos los aficionados a la astronomía. Ellas son las encargadas de acompañar al lector en el descubrimiento del universo, esclareciendo los conceptos más complejos de una forma amena. Aventurarse en el espacio con ellas es toda una invitación a abrir los ojos al cielo y a dejarse cautivar por las maravillas que se esconden allá arriba.

Los pueblos antiguos

Existen tantas historias basadas en los pobladores del firmamento como cuerpos lo habitan. Tantos relatos que hacen del cielo un libro con miles de páginas escritas el muchos idiomas diferentes: todas las lenguas de los seres humanos que lo han observado. 

Entre ellas figura una leyenda griega sobre el nacimiento de la Vía Láctea. Cuenta que Zeus, uniéndose a la mortal Alcmena, se convirtió en el padre de Hércules, un semidios. Zeus quería la deidad plena para su hijo. Por eso, buscando que su esposa Hera lo amamantara y lo hiciera, así, inmortal, acercó al pequeño a su pecho mientras dormía. La Vía Láctea nació de la leche que brotó de sus senos, dibujando un camino en el cielo que conducía al palacio de Hera y Zeus.

El mito griego inspiró a artistas como Rubens, que representó el surgimiento de la Vía Láctea en una pintura de mediados del siglo XVII que se exhibe en el Museo del Prado. Pero, en realidad, cada civilización tiene su propia leyenda. Los incas, por ejemplo, creían que la parte de la Vía Láctea visible desde la Tierra era el río del dios Trueno, a través del cual les enviaba la lluvia. Mientras, los nativos norteamericanos cheroquis y pawnees pensaban que las almas de las mujeres y los ancianos que morían perduraban en una de sus estrellas. 

El filósofo griego Demócrito y los astrónomos árabes ya imaginaban que este sendero luminoso estaba formado por muchas estrellas. Pero fue Galileo Galilei el primero en mostrar con su telescopio que la Vía Láctea se componía de innumerables de ellas; tantas, que no podían apreciarse a simple vista.