El adiós de los Ángeles de la Guarda

M.M.G.
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Las Siervas de María dejan Ávila después de 138 años de entrega abnegada a los enfermos. La falta de vocaciones y la elevada edad de la mayoría de las siete hermanas que aún viven en el convento, son el motivo de su salida

El adiós de los Ángeles de la Guarda

Estuve enfermo, y me visitasteis'. Con este versículo extraído del Evangelio de San Mateo, las Siervas de María, la congregación religiosa que desde hace 138 años  atiende a los dolientes de Ávila, reciben a todos aquellos que, en algún momento del día, pasan al zaguán de su convento para rezar ante la imagen de la Virgen de la Salud.

El convento se encuentra en el Palacio de Almarza, en la calle a la que da nombre, precisamente, la fundadora de la congregación, la Madre Soledad. Tras sus muros, estas hermanas, auténticos Ángeles de la Guarda de abnegada entrega, han velado los sufrimientos y dolores de los enfermos durante décadas, ya fuera en sus domicilios o en hospitales. 

Pero ahora, 138 años después de su llegada a la ciudad de Santa Teresa, las hermanas dejan la ciudad. Lo hacen con mucha pena, pero sabedoras de que su realidad hace muy difícil poder mantenerse activas.

De todo ello habla Diario de Ávila con las siete religiosas que aún viven en el convento. A su frente está Sor Magdalena, la superiora, pequeña de tamaño pero grande de corazón. Es ella la que desvela los dos principales motivos de un cierre que, se nota, no querrían tener que llevar a cabo. «No contamos con un relevo generacional», apunta la principal de las razones. Son pocas las jóvenes que hoy en día deciden profesar la fe como religiosas y eso ha ido haciendo mella en las 'plantillas' de las congregaciones.También en la de las Siervas de María, fundada por Soledad Torres Acosta, por iniciativa del sacerdote Miguel Martínez y Sanz, el 15 de agosto de 1851 en el barrio de Chamberí, en Madrid.

Esa falta de vocaciones (palpable también en otros muchos conventos de la orden que también han echado el cierre) ha hecho que, por ejemplo, en el convento de la Calle de la Madre Soledad, la media de edad de las hermanas sea de 76 años. La mayor esSor Isabel, una adorable y sonriente sor de 89 años. Y la más joven, sor Mildred, tiene apenas 35 años y es de Camerún.

En medio de ellas están sor Felisa, de 88 envidiables años; sor Felisa; sor Esperanza; sor Rosario, la única abulense de nacimiento del grupo; y Sor Magdalena, joven con sus 66 años y la última en llegar a Ávila, hace ahora ocho meses.

Ahora ya no pueden salir a atender a enfermos. Los achaques propios de la edad hace que, con todo el dolor de su corazón, hayan tenido que dejar sus salidas diarias. Algo que sí sigue haciendo sor Mildred, que manteniendo la premisa de la orden de contar con la formación necesaria para atender de la mejor manera a los enfermos, estudia Enfermería en la UCAV.

«Cuando nos vayamos, ella probablemente se quede aquí para acabar los estudios», nos adelanta la superiora que, eso sí, no puede precisar con exactitud la fecha de salida del convento. «Será en cuestión de meses, quizá estemos ya fuera en febrero», calcula la religiosa antes de enseñarnos algunos rincones del convento.

«La verdad es que la estructura de la casa se encuentra deteriorada y no está habilitada para personas de edad avanzada», nos apunta otro de los motivos de su salida mientras subimos y bajamos estrechas escaleras antes de llegar, por ejemplo, a un coqueto patio que linda, entre otras edificaciones, con el Museo Caprotti o con el convento de La Santa. «La tenemos de vecina», dice con emociónsor Magalena, que nos presenta al resto de hermanas.

Todas visten el hábito de las Siervas de María, «negro y blanco por la Dolorosa», nos aclara la superiora, que nos emociona al asegurar que en ningún momento ellas han sentido que los abulenses les tenían que dar las gracias por el servicio que han prestado durante 138 años.«Al contrario, les tenemos que estar agradecidas nosotras», enfatiza, «nos benefician espiritualmente. Son un modo de darnos».

Generosas y entregadas durante décadas, a las hermanas de más edad se les saltan las lágrimas cuando hablamos del momento de su salida del convento.Son religiosas, por supuesto. Pero también son personas unidas a una casa y a una tierra que quieren.

Mas la orden de obediencia es sagrada. Y las hermanas deben marchar adonde se les indique. Algunas irán a Segovia. Otras aún no saben qué les deparará el futuro, aunque estarán en casas de la congregación en las que serán atendidas convenientemente. 

En cualquier caso, de momento intentan no pensarlo mucho. Al contrario, hilvanan para esta periodista recuerdos amables de su vida como religiosas y de su paso por Ávila.

«Lo más bonito que tenemos es la hora de estar al lado del enfermo. Poder ofrecer su dolor a la Virgen», vuelve sobre la idea sor Magdalena, zamorana de pro que, al igual que sus hermanas, nunca ha tenido duda de que cada vez que atendían a un enfermo o anciano de Ávila lo que hacían era atender a Jesús. «Eso nos convierte enSu familia», reflexiona antes de asegurar, no sin tristeza, que «es una pena» que tengan que dejar Ávila, «porque al fin y al cabo suponemos una presencia de la Iglesia».

Para ahuyentar esa sensación, rápidamente asegura que «otros vendrán y harán las cosas de otra manera.

Seguro que así será. Pero lo que es seguro es que los abulenses extrañarán su presencia en las calles de Ávila. O a las puertas de su convento al paso de las procesiones.«Nos van a echar de menos», se emociona sor Felisa al pensar en ese momento.

Seguro que así será, hermana.